La Osa se bajó de su pedestal y fue tras El Principito que estaba buscando su reflejo en los cristales de la salida del intercambiador de Sol. Lo tomó de la mano y ambos subieron por la calle de la Montera sin soltarse una del otro, atardecía, la gente pasaba alrededor suyo sin verlos, porque de otra forma se habrían sorprendido de la forma de vestir del pequeño niño rubio y hubieran huido asustados de la Osa.