Érase que se era una aventurera que al despertarse un día, se miró en el espejo y se dio cuenta de que tenía cincuenta razones para salir corriendo. Se calzó las botas de cincuenta pulgadas que tenía sin estrenar y se lanzó a recorrer el mundo mundial, por lo menos cincuenta veces. Tomó el sendero que se abría ante ella, bordeado de cincuenta piedras blancas y cincuenta árboles sin sombra. Cincuenta perros aullaron cada uno de sus primeros cincuenta pasos.
Arrastrada por el destino y en plena posesión de su persona, avanzó contando las cincuenta nubes del cielo, los cincuenta campos de hierba verde y frondosa donde pastaban las cincuenta vacas más orondas entre los cincuenta caballos más hermosos. Cruzó cruces de caminos donde cincuenta gatos la saludaron y la indicaron hacia donde dirigirse, lo menos cincuenta veces.