A esas horas de la madrugada, sólo estaba abierto un pequeño bar donde la gente tomaba el primer café del día. Siempre que viajo y puedo hacerlo, me encanta salir a pasear temprano para ver cómo la ciudad se va despabilando y se prepara para una nueva jornada. Las gentes que salen adormiladas de los portales, los vehículos que carraspean por las calles aún frías… y recibir al sol que va colándose entre las esquinas, lanzando destellos en los charcos que ha dejado un camión de regar, o la lluvia cuando la hay; el olor del amanecer en los jardines desparramados por la ciudad, como islas de fragancia virgen.