LEYENDA INEDITA EN MEMORIA
DE D. GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER
Existe una plaza en el parque de María Luisa envuelta en el verde cansado de los viejos árboles que la circundan, hace muchos años observé que en ella una anciana leía apasionadamente un libro del que no se separaba. Todos los domingos que el sol lo permitía, la mujer, sencilla y tan vetusta en su atuendo como en su apariencia, releía páginas del pequeño tomo forrado con el papel de una revista cualquiera. Intrigado, tuve la osadía de acercarme lo suficiente, aprovechando que la gran concurrencia de público esa mañana no delataba mi curiosidad, para poder entrever algunas páginas y comprobar asombrado que era un manuscrito de letras muy pequeñas. Pude continuar asistiendo para certificar que siempre era el mismo tomo y siempre los domingos soleados de otoño a primavera. Por su aspecto la supuse muy anciana, aunque no lo suficiente como para haber conocido al personaje de la estatua que la daba sombra, claro. Quizá algo delicada de salud y quizá algo justa de dineros, a juzgar por lo gastado del vestido negro que lucía, siempre el mismo. Su pelo blanco que no canoso y la vista dócil y perdida, como un homenaje al romanticismo del autor que nos contemplaba desde lo alto, no usaba gafas.