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lunes, 2 de septiembre de 2019

TRILOGIA DE LAS TRES PRIMAS, NUMERO 2: BLANCA PALOMA "LA CENICIENTA"



- Príncipe ¿me estáis tocando una posadera?

- ¿Yoooo?, noooooo … en absoluto.

- Pues yo creo que sí, tenéis vuestra mano asentada sobre salva sea mi real (en minúscula) parte.

- ¡Oh! Disculpad, creí que era el pom-pom o el lazo de tan maravilloso vestido.

Y así fue como Cenicienta tomó conciencia de quién era en realidad el Príncipe, que más que “piernas ligeras” como le conocían por sus muchas correrías, merecía llamarse “manos-largas”. Pero la historia no concluyó aquí, el Príncipe para compensar su “error”, la invitó a tomar una copa de zarzaparrilla, aunque ella cuando lo probó, más bien le supo a ron-cola, pero sobre todo a ron. Y tras diferentes saludos a marqueses, duquesas y su propio papá, el Rey, la invitó a contemplar la belleza de las estrellas desde el Balcón Real de la Real Sala de baile. 





Bueno, no era alejarse mucho y la verdad es que Cenicienta se encontraba impresionada por el ambiente, el colorido, la música, la belleza y amabilidad del Príncipe … y, bueno, el ron también la animó. Así que salieron. En diferentes puntos, desfigurada su nitidez por las sombras de la noche, las parejas se hacían arrumacos, las que menos, que de otras, mejor ni comentar ¡cómo está la nobleza!

El Príncipe manos-largas, más conocido como “piernas ligeras”, insisto, describió el firmamento desgranándole las constelaciones una a una mientras caminaban y él la animaba a andar tomándole por la cintura con la misma delicadeza regalada que confianza no prestada. Así la llevó hasta una esquina, Real Esquina por cierto, que estaba "libre" y desde allí comenzó a recitar versos referidos a las estrellas, aunque pronto dejó de declamar a los cielos para hacerlo sin perder de vista la mirada de Cenicienta entre caídas de párpados. Cada vez más profundo, más quedo, más junto, más sentimiento, más cerca … hasta que, como no cabía de no esperar, los Reales Labios rozaron los suyos, que no eran ficticios tampoco.

Cenicienta embriagada por el ron, la noche, la poesía y un perfume bien caro que gastaba el Príncipe como si fuera agua del grifo, se dejó hacer hasta que sintió que lo del pom-póm del baile no era más que un anticipo, pues ahora la mano del futuro rey, se dejaba sentir en su pecho, que no era virgen, pero tampoco una autovía de paso. Y sorprendida, embutida en su meliflua somnolencia, inspiró y expiró sin saber qué hacer, durante el tiempo suficiente como para que el real muchacho alcanzara a pensar que todo iba viento en popa, pues su mástil ya cobraba vientos en la penumbra. Así notó su otra mano ascender por su pierna arrastrando “las velas”, o sea, el vestido, con unas intenciones poco honestas pero muy concisas.

“¡Vade retro, satanás!”, se dijo Cenicienta, “¿pero esto qué es?”, gritó en su cabeza. "¿Pero esto qué es?" repitió en voz alta. Y recobrándose a sí misma, empujó con ambas manos el pecho del real Príncipe, que se quedó blanco no, ¡colorao como un tomate y espachurrao como si al tomate lo hubieran pisado!. Un sonoro bofetón atrajo la atención de todos los circundantes y la mano del Príncipe directa a la mejilla incendiada, mientras Cenicienta le recriminaba su vergonzante conducta. El Príncipe, acostumbrado a ejercer su Real Gana, se quedó patidifuso y patiparado en todos los sentidos, perdió los efluvios del alcohol y plegó el mástil para mejor ocasión, que ya se sabe que en la mar en caso de tormenta, hay que arriar las velas, porque además, él nada tenía que ver precisamente con el Príncipe Valiente, que era de una familia que él ni conocía.

- ¡No es no, Príncipe!

En eso que dieron las 12 en el carillón de Palacio, el cual marcaba la hora oficial según criterio del Rey. Hora por tanto de dar por concluido el baile, sin que ello significara que la fiesta se había acabado, no, que los jóvenes continuaran estuvieran donde estuvieran, ya se irían poco a poco según acabaran. Pero a Cenicienta le vino de perlas, porque justo entonces se cumplía la hora de estar en casa, así que ya llegaba tarde. Y como contar no podía contar nada del por qué, salió escapada escaleras abajo, pues por otro lado, hasta ahora sólo había abofeteado plebeyos, pero abofetear a un futuro Rey, podía ser muy peligroso. Así que salió como alma que lleva el diablo.

Y el Príncipe, tras unos segundos de vacilación mientras se encontraba el orgullo y la hombría, se lanzó tras ella, sin poderla llamar por su nombre dado que su interés por el placer físico y su estar-encantado-consigo-mismo le habían impedido siquiera preguntarle el nombre a la bella joven a la que había dedicado la noche en espera de lo acostumbrado: su total entrega a partir del fin del baile.

Cenicienta corrió y corrió hasta destrozarse los pies, perdió los zapatos, uno en la bajada de las escaleras y el otro en un charco del bosque. Del vestido ni os cuento, entre lamparones y desgarros quedó hasta de otro color. Pero adivinó que llegaba a tiempo a pesar de todo, cuando vio que el carro de su jefa y las dos "botijos" de las hijas, aún no salían de Palacio. “¿Habrán encontrado novio por fin alguna de las dos?” se preguntó, lo cual dado el carácter de las hurañas jóvenes, era algo más que difícil aunque un pelín menos que imposible. Su forma de comportarse, su  talante, en fin, ellas mismas, obstaculizaban cualquier acercamiento, y eso que había de reconocer la gran idea del Rey de crear el cuerpo de “Acompañantes y Bailarines de Palacio” formado por jóvenes alféreces cuya misión era estar atentos a las jóvenes que nadie invitaba a bailar para hacerlo ellos, de esta forma acumulaban  puntos para su carrera militar. Su sacrifico con las dos, sería Realmente recompensado.

Así que Cenicienta pasó desapercibida para las hermanas y la madre pero ¿cómo había llegado al joven a tal situación?. Bien, según expuso nuestro agente Anacleto Matoso en la “Real Academia de la Historia Jamás Contada”, la dicha Cenicienta no se llamaba así, sino Blanca Paloma, prima hermana de Blanca Nieves, por parte de madre (de las Blanca de toda la vida, como la del licor blanco, la conocidísima Blanca de Navarra, de la que algún día hablaremos), conocida como Cenicienta por su oficio de cocinera y como entonces éstas eran de leña, estaba todo el día encenicientada, de ceniza, por si no lo habéis pillado aún. Había estudiado en la  Real Escuela de Hostelería y una vez con el título bajo el brazo, intentó trabajar en todas las cocinas de postín y con cocineros Michelín, pero nada, al final tuvo que aceptar un puesto durante 18 horas diarias preparando bocadillos de calamares, típicos de Madrid, en un céntrico local, cuyo nombre no desvelaremos, nutrido de turistas ávidos de probar el manjar del que hablaban todas la guías.

Pero como esto no le molaba nada, nada, nada, Blanca escribió a su prima, que ya andaba por Alemania, la cual le aconsejó viajar, aprender más variedad y a la vuelta montar un Wok o algo así, “mejor con terraza, vende más”, le escribió su prima. Y eso hizo, con distinta suerte entre mala y peor, hasta que llegó a la mansión de la referida en pleno Tirol. Decía la muy señorona que era viuda, pero ni había retratos de varón en toda la casa, ni nadie le conoció un finado, según le indicaron en el pueblo entre risitas. Más bien y viendo a los dos pimpollos que tenía de hijas, parecía la bruja abandonada por el mismo demonio, padre indiscutible de aquellos dos especímenes. Pero pagaba bien… al principio, luego la cosa fue decayendo y de una jornada como cocinera en dos turnos y un desayuno, pasó a cocinera/doncella-de-las-niñas, por sí de paso, podía imbuirlas modales o algo de estilo, pero ambas cosas eran imposibles.

Así que asqueada, se dijo que su último intento pasaría por conocer en el baile anual del Príncipe a algún cortesano con influencias, algún comerciante con posibles o algún emprendedor con que asociarse… ¡alguien con asociarse y montar un negocio para salir de la ruina y darle un giro a su vida!, de paso traerse a su prima pues como camarera quedaría ideal una rubita de ojos azules que hablaba alemán. Sin embargo, la belleza de Cenicienta la hizo objeto del Príncipe, que andaba un tanto "suelto" de finezas, así la enfiló desde el primer instante impidiendo que cualquier otro se acercase o ella hiciera lo propio.

Cenicienta, o Blanca Paloma, como prefiráis, volvió cada noche con la misma intención. Hemos de aclarar que los bailes organizados por el Príncipe duraban una semana, es como si fuera el ancestro de nuestra Semana de Fiestas Mayores de cada sitio, se llame Feria, Semana Grande o como se quiera. Cada una de esas noches, el baboso del Príncipe esperaba a Cenicienta en la entrada relamiéndose en sus libidinosos sueños y ya no la dejaba ni a sol ni a sombra, sobre todo a sombra, que era donde constantemente quería llevarla, pero lo de las estrellas, el ron y la poesía, eran sus únicos Reales señuelos y a la tercera noche, Blanca Paloma le dijo que nones, que estaba hasta el mismísimo de sus reales chorradas y se largó, como hemos conocido al inicio.

A los cinco días de concluir los bailes, un pregonero acompañado de una escolta palaciega, o sea, Real, leyó un bando en el centro del pueblo, según el cual, el Príncipe se declaraba enamorado hasta las trancas de una desconocida, de la cual sólo guardaba un zapato, a la que le valiese, esa sería la esposa elegida. Todas las mozas casaderas, más o menos nobles, sonrieron alborozadas soñando con ser ellas la futura princesa, por ende futura reina. Hasta que vieron el zapato … ¡¡ talla 45 de pie !!

Y es que no lo hemos dicho, pero Blanca Paloma era más larga que un día sin pan que llevarse a la boca. Había nacido así, con una generosidad inaudita en el crecimiento de sus huesos. Hoy hubiera sido jugadora de baloncesto, pero entonces aún no se conocía este deporte. Y claro, calzaba un almohadón entero hecho de piel de vaca, eso sí, muy adornado por ella misma que quedaba monísimo de la muerte. Así que un Edicto Real convocaba a las jóvenes asistentes a Palacio a probarse “la albarca”, pero ninguna acudió, estaban desoladas.

Los guardias, conminados por el Rey, impaciente por casar "al niño" a ver si ya dejaba de acosar cortesanas, recorrieron casa por casa buscando jóvenes doncellas, pero ninguna daba pie para tal medida, incluso alguna intentó colar los dos pinreles en la misma "pantufla”, pero el truco no le sirvió de nada. Por fin llegaron a la casa de la supuesta viuda y sus dos carcamales hijas, pues de Blanca nadie se acordó, ni ella quiso aparecer, no sea que tuviera que cargar con el fatuo Príncipe. Y mira por dónde, la casualidad quiso que de las dos hermanas, la más asquerosa, despreciable e insoportable le venía la zapatilla casi justa. Y como era la primera a la que le valía, casi, y era la última moza en visitar, la guardia (que ya estaba hasta el gorro de patear aldeas y granjas) le puso un calcetín gordo para que ajustase y se la llevó a rastras, pues la muy zangolotina no quería irse con el Príncipe a pesar de las bofetadas de su madre y los insultos de la hermana que se vieron Familia Real por lo menos. En cuanto al Rey, no le quedó más remedio que apechugar con el disgusto de ver al estúpido de su hijo casado con tal acémila, es lo que hay, que por eso se dice “palabra de Rey”.

Y el Príncipe fue infeliz con la musaraña de su mujer, una insatisfecha en todos los sentidos. El Rey, un triste viejo que pasó en cuanto pudo a Emérito por quitarse de en medio, también fue infeliz, hasta que marchó a su residencia junto al mar, sin móvil ni tele de pago. Y tampoco nadie en Palacio fue feliz, porque en la historia no se acabó comiendo perdices ni dando a nadie con el plato en las narices. Solo Blanca Paloma encontró su lugar, lejos de allí claro, de dónde escapó antes de que se celebrasen las Reales Bodas, no fuera a ser que le encargasen preparar el banquete y la descubriera el Príncipe manos-largas. “¡Anda y qué os den!” dijo levantando el dedo corazón al cielo al marcharse en busca de su prima.

Y colorín colorado, esta historia se ha acabado.


@ 2020, by Santiago Navas Fernández


Número 1 de la Trilogía: La verdadera y fantástica historia de Blanca Nieves. Leer aquí.

Número 3 de la Trilogía: BlancaFlor y los Trastámara. Leer aquí.

1 comentario:

  1. Me encanta la historia.... hoy en día "las niñas ya no quieren ser princesas" y cargar con los pánfilos de los príncipes azules, que ni son azules ni nada de na.....

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