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sábado, 24 de agosto de 2019

EL VERDADERO OFICIO DE DON ALONSO QUIJANO (humorada fantasiosa al calor de un tórrido verano)



El que pasó a la Historia por boca de don Miguel de Cervantes, al cual no conoció personalmente, como don Quijote de la Mancha, es objeto de la burla y befa que hizo de él el conocido autor. Y tamaño embrollo sólo pudo ser inspirado por alguien que sí lo conocía, tal vez un primo de don Miguel, que a través de sus cartas le daba noticias suyas, prueba de su existencia pueden ser los numerosos escritos que anteceden a la historia en sí, y/o la referencia al autor morisco Cide Hamete Benegeli que presuntamente relató ciertos acontecimientos del famoso caballero y al que cita continuamente. ¿Y por qué tal maleficio para con él? pues parece una venganza ridiculizar de tal modo a un perfecto desconocido, salvo que no lo sea, en cuyo caso podemos pensar que se debiera a su verdadero oficio, no de don Miguel, que de sobra soldado y escritor es, sino al de la triste figura como lo retrató, que fuesen conocidos en otra época anterior al relato y que aquí voy a descubrir tras un sesudo estudio y muchas horas de reflexión.

Puede que esto me cueste, no ya la expulsión de la Academia de la Historia, a la que nunca he pertenecido (dicho sea en su honor) sino que se me prohíba pasar siquiera por la acera de enfrente de donde quiera que esté ubicada, que a buen seguro lo estará en algún sitio y seré advertido por el Juez de ello, bajo pena de lo que sea que él diga, expulsión a Melilla o incluso el destierro a las Seychelles, para mayor vergüenza de mi familia y hasta entonces amigos (que a partir de entonces, ni conocidos siquiera afirmarán haber sido, los muy procaces). Pero la verdad es la verdad y debe ser aireada para público conocimiento y restauración de la figura del hombre que luego se haría caballero al perder su juicio, que no hizo por voluntad, si no por culpa de un radical giro en su vida, inesperado e indeseado, como a muchos nos pasa y a otros puede pasar.





Y es que esta investigación que yo he hecho en solitario para averiguar el oficio de don Alonso, ha costado enlazar y leer entre líneas la historia contada por don Miguel. Y también un poquito saber porqué esa inquina hacia un desconocido que habitaba una humilde aldea perdida en algún lugar de La Mancha, como si eso fuera grave, cuya historia comienza a relatarla a partir de que tenía 50 años, pero ¿y antes? ¿de dónde le venía a don Alonso la presunta medio fortuna que comenta al empezar a relatar don Miguel? He ahí, con otras, la base de mi explicación, empezando porque don Miguel jamás le nombra con su nombre y se limita a citar el sobrenombre que tenía Quesada, Quijana, … todo con tal de ocultar este dato fundamental que nos ayudaría a encontrarle, porque existir, ya les digo  que sí existió. Y de hecho un tal Avellaneda, corrió a escribir una contra historia, pero que no triunfó, hecha como estaba más en el oportunismo que en la razón. O porque no tuvo o no supo encontrar los contactos adecuados que encumbraran su manuscrito.

La historia comienza cuando, como ya he dicho y según don Miguel, tenía 50 años recién cumplidos, más o menos. Nos cuenta desde el futuro que "no ha mucho que vivía un hidalgo de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor" en un lugar indeterminado, que es lo que comía cada día de la semana, que vivía con un ama y su hija veinteañera, sin que aparentemente la relación con la dicha ama fuera más allá de lo puramente profesional. Vivía en lo que hoy llamaríamos una finquita, una masía, un caserón, un carmen granaíno, un cortijillo, una hacienda, un predio, una quinta, una alquería, en fin, una especie de granja donde tenía tierras de labor que le trabajaba un empleado interno, que también atendía el establo, luego tenía caballos. Luego más adelante lo comprobaremos al menos uno que se llamaba Rocinante. En la casa tenía una amplia biblioteca, cosa poco usual en la época, luego era un hombre culto que había hecho dinerito no solo cultivando campos. Se trataba con las fuerzas vivas, discutía con el señor cura de letras e historias, teniendo en cuenta que en esas épocas los únicos que sabían leer eran los canónigos y los señores, deducción lógica: don Alonso era culto y bien posicionado.

¿Vendió tierras para comprar libros?, lógico, hoy tenemos El Corte Inglés, la FNAC, la Casa del Libro, Amazon, … y podemos comprar libros a través de internet los vendan donde los vendan. En cualquier idioma, desde cualquier punto y en cuestión de días, lo tendremos en nuestras manos. Pero en el XVI los libros no abundaban, había que ir a por ellos a Madrid, a Barcelona, a Sevilla, … pero don Alonso vivía en La Mancha, en un pueblo que no debía ser muy grande y por donde el AVE no circulaba, claro. Luego entonces se los tenía que encargar al buhonero, ditero, bucanero, feriante, abacero, mercachifle, quincallero o viajante de comercio que hiciera su ruta, da igual como se le llame, el caso es que tenía que encargarlo, pagarlo por anticipado y esperar a que volviera el dicho con el libro. Y eso podía ser un tiempo. Así pues ¿desde cuando llevaba esa criaturita recopilando tomos?, deducimos pues, que si la biblioteca era amplia, podría llevar bastante tiempo ¿y por qué comenzar la aventura justo cuando empieza su locura?, justo cuando comienza a leer y leer y leer, pues muy sencillo: ¡por que ahora ya no tiene otra cosa que hacer! Luego entonces, hasta ese momento tenía algo que hacer: su oficio, sea el que fuere, que ya veremos a dónde nos conduce el razonamiento.

Podemos ir descartando oficios clásicos de la época. No era barbero, es una dedicación que no requiere estudios y don Alonso sabía leer y escribir (recordemos sus versos a doña Dulcinea o los de la introducción). Obviamente no era clérigo, porque ya había uno. Tampoco era agricultor, al menos de supervivencia como la mayoría eran, ni mucho menos a jornal, a ver cómo iba a haber acumulado para comprar hacienda. Y qué decir de un herrero, don Alonso era flaco y débil, imposible tal oficio para tal constitución. ¿Podría haber sido Juez, Registrador de la Propiedad, o cualquier otro que requisiera dedicación y estudios? pues lo podría haber sido, pero ¿cuándo lo había dejado y por qué a los 50 ya no lo era?

¿Y qué eran los bachilleres? estudiantes que habían obtenido un título y lo ejercían a través de un oficio: cuentas, leyes, etc. pero que raramente alcanzaban a ganar para tener una hacienda. Podría haber sido alcalde, alguacil, secretario de ayuntamiento o ayuda de cámara del Rey, pero … ¿Y qué dice don Miguel al respecto? Nada, calla cual bellaco, como en tantas cosas, amaga pero no pega, sigue ocultando, por algo será, sin duda. Don Miguel sí sabía su oficio, su vida anterior, su posible primo o concuñado, que viviría cerca, se dedicó a contarle su vida a partir de los 50 tras el interés mostrado, eso quiere decir que lo conocía, que provenía de una relación personal anterior en la que don Miguel obtuvo algún gran chasco y por eso quiso ridiculizarlo para toda la eternidad, algún motivo que sólo ambos, o quizá alguien más, conocía. Un despecho profesional (recordemos la rivalidad entre Quevedo y Góngora) o un despecho amoroso, lo mismo “la Dulcinea” no era otra más que una novia, hija, sobrina o familiar de don Miguel, o de su primo, vaya usted a saber. Y así quiso retratarlo para la eternidad, como un loco enamorado y cansino. Pero don Alonso seguramente no era así. O al menos no lo fue hasta ese momento, que tampoco quiero yo decir que el elogiado Cervantes fuera un mentiroso, ¡no por Dios!, pero quizá exageró y noveló en exceso aprovechándose para reír de aquel con el que tuvo un “¡quíteme allá esas pajas!” o algo más.

Hechas las presentaciones en el libro, nos cuenta don Miguel que don Alonso se dirigió en busca de sus armas para investirse cual caballero andante y dar comienzo a sus aventuras. Pues bien ¿quién podía tener armas de soldado en su despensa?, un soldado obviamente, o un heredero de batallas de antepasados que habían regresado con magras fortunas y que les permitieron, a ellos y a sus herederos, hacerse con una hacienda y vivir ¿de las rentas?. Pero pensemos con lógica. Un indiano podía ser pero difícilmente, estamos hablando que el libro se editó en el 1.604, luego la historia de don Quijote ya había ocurrido, el “descubrimiento” de América data del 1492, entre que comenzaron las expediciones y los aventureros hicieron carrera en “las indias”, así así le iba a andar la cosa. Obviamente él no pudo ser, un antepasado que le beneficiara, difícil difícil. Así que no vamos a mantener esa teoría. Y de las guerras con los moriscos, bueno, quién sabe …

Sería quizá más factible que don Alonso sí se aprovechase mediante otro oficio o dedicación, del tema de las riquezas ajenas y que venían de lo que luego conoceríamos como América ¿y quienes eran esos que desde la península cómodamente aposentados se aprovechaban de las riquezas que con sangre iban descubriendo en allende los mares? Pero no adelantemos acontecimientos. Basemos más nuestra teoría pues nos sigue creando lagunas. No, la cosa tenía que venir de antes, aunque no parece descaminado que don Alonso tuviera un oficio y hasta que participara en las guerras moriscas, en las que también se vio envuelto don Miguel, el cual hiciera una extraña combinación de ambas vidas. Hummm …

Así queda demostrado que don Alonso sabe tratar lo mismo con gente humilde que con gente de postín. Don Alonso, a pesar de que don Miguel no lo diga, pero lo deje entrever entre líneas, es un hombre que ha tratado con público, que sabe comunicarse y hasta en su exacerbada locura, usa el lenguaje que debe usar de acuerdo, eso si, a su actual situación, lo que denota que domina el idioma y que en su momento lo aplicó llanamente si hizo el caso, o culto si así lo requirió el interlocutor. Se deduce pues, otra condición más de don Alonso que don Miguel destaca seguramente en contra incluso de lo que él hubiera deseado, era un hombre de mundo, con trato y sabiendo estar en cada sitio y adaptarse a cada circunstancia. Por tanto el oficio, debía ser con el público, especialmente, dando o negando, explicando y escuchando. Un oficio que le requirió atención durante años, mientras acumulaba libros por pura afición, no con la idea de zambullirse horas y horas en ellos, sino por el placer de disfrutarlo en las cálidas tardes de su otoño o cualquier día de su presente, si la jornada daba de sí lo suficiente. Pero lo que no cabe duda, es que don Alonso fue un buen conversador que llenó su discurso de razones y debió de convencer más de una vez, aún no teniendo demasiada razón ¿por qué? pues para favorecer su negocio.

Y supongamos que en ese oficio se conocieron don Miguel y don Alonso. El primero como cliente y el segundo como experto. Don Miguel lo pasó mal, manco por la guerra, fue apresado por las huestes norteafricanas que pirateaban por el mediterráneo y fue liberado gracias a un espléndido pago de los frailes trinitarios, cuyos dineros, maravedís de entonces, los consiguieron las mujeres del entorno de don Miguel. ¿De dónde los sacaron?. La señora madre no era una “tiesa”, al contrario, tenía bienes y herencia, eran de la zona del Henares, donde las ricas tierras bien labradas daban sus buenos frutos, así que había de donde trincar. Y don Miguel, consiguió su liberación gracias a un dinero que llevaron los trinitarios, que había conseguido su familia, que tenía posibles de donde garantizar la cantidad, que …

Que ya vamos llegando al final de nuestra historia. Y a la lógica deducción de a dónde vamos a parar. Don Alonso, hombre solitario y amante del saber, coleccionista de libros, con recursos, no ilimitados, pero sí amplios, tuvo un oficio que tras abandonarlo a una edad relativamente temprana, le aseguraba una vida suficiente en un pueblo de La Mancha, adonde se retiró y compró, seguramente, una hacienda y contrató quien le cuidara y se la llevara. Con cierta generosidad se ganó a la gente del pueblo, a los cultos por su cultura y a los pobres por sus jornales. Y Sancho que era un bendito, se acomodó a su bondad. Pero su riqueza relativa provenía de la acumulación hecha en otra parte, en los madriles seguramente, Alcalá de Henares tal vez, donde comenzó también su amplia biblioteca con facilidad, con un oficio dedicado en relación al dinero. Y este no podía ser otro que prestamista, o como diríamos hoy, banquero. Y don Miguel le odiaba porque había sido el prestamista de su liberación, para lo cual había exprimido a su familia y acosado con intereses y pagos hasta la saciedad, de modo que sólo las buenas relaciones de la familia Cervantes con la Iglesia, les habían permitido sobrevivir con decencia, pero muy mermados en su hacienda.

Don Alonso Quijano era banquero y como muchos, tal vez ni el negocio era suyo, o sea que sería bancario. Y le cogió lo que hoy llamaríamos “una remodelación” y lo prejubilaron. Trincó el dinerito, los ahorros y se marchó a un lugar de cuyo nombre don Miguel no quería acordarse, por no soltar bufidos, y allí se decidió a disfrutar de su nueva vida, aprovechando la lectura. No acostumbrado a trabajar en el campo, sólo le quedaban los paseos con maese, las charlas con el cura y algo de relación con el resto, más por su generosidad que por el interés. Y de tanto ocio, cuando en su vida había sido más de trabajar que de divertirse, junto con las locas lecturas que le abrían las puertas de viajes, paraísos, idilios, aventuras, etc. jamás imaginadas, le trastocaron el ánimo. Don Miguel, que no podía olvidarle, pues su situación nunca fue boyante, ató cabos y le buscó el destino durante tiempo, afamado de las letras y con la ayuda de Cide Hamete, su primo o amigo, le dio forma a tan bellaco ser como había sido para su entender y lo retrató para la eternidad, ridiculizándolo bajo el mito del loco don Quijote. Y luego resultó que la cosa tuvo tal éxito, que hasta tuvo que volver a retomar la historia para escribir la segunda parte.

Así que al final, ex banquero y ex soldado unidos por la literatura, uno por exceso de lectura y otro por éxito descomunal, ambos como maracas a pleno rendimiento.

Y esta hasta aquí, es la historia que os quería contar, porque encontrándome yo mismo en situación similar a la de don Alonso, no vaya a ser que tras leer el más del millar de libros que acopio, me dé una miaja de apichusque y lo descogoncie too.

@ by Santiago Navas Fernandez 


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