- ¡Hola! ¿Qué haces ahí subido?
Giró su cabeza sorprendida por la interrogación, nadie hasta ahora le había hablado, y menos con ese tono inquisitorial, urgente, curioso. Ante ella, un niño rubio de pelo revuelto y grandes ojos, vestido de una extraña forma… o, mejor dicho, de una manera nada habitual, porque ella estaba acostumbrada a ver todas las extrañezas del mundo moverse a su lado.
- “¿Subido?” ¿no será más correcto decir “subida”?
- ¡Ah, perdón!, no sabía. ¿Qué haces ahí subida?