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sábado, 22 de enero de 2022

LOS 43 ATARDECERES DE EL PRINCIPITO EN MADRID.

 

 


- ¡Hola! ¿Qué haces ahí subido?

 

Giró su cabeza sorprendida por la interrogación, nadie hasta ahora le había hablado, y menos con ese tono inquisitorial, urgente, curioso. Ante ella, un niño rubio de pelo revuelto y grandes ojos, vestido de una extraña forma… o, mejor dicho, de una manera nada habitual, porque ella estaba acostumbrada a ver todas las extrañezas del mundo moverse a su lado.

 

- “¿Subido?” ¿no será más correcto decir “subida”?

 

- ¡Ah, perdón!, no sabía. ¿Qué haces ahí subida?


 

- Como.

 

- ¿Cómo qué? -respondió casi antes de que acabara la escueta explicación.

 

- Me alimento, quería decir.

 

- Pero ese árbol no es de verdad ¿Cómo puedes comer nada ahí?

 

- Eso es cierto, pero a la gente le gusta verme comiendo del árbol. A fin de cuentas, yo tampoco soy de verdad.

 

- ¿Gente, qué gente?

 

- Pues toda la que hay por aquí siempre. Mira, ahora no hay casi nadie, pero en cuanto empiece a amanecer, todo se llenará de humanos que vienen y van, se detienen, me hacen fotos, pasean…

 

- ¡Ah!, yo no veo gente…

 

El niñito miraba a todos lados, era verdad, apenas había nadie, pero ya se veían algunos humanos pasando por la plaza ¿acaso algo le impedía verlos? Además, resultaba raro que, a esas horas, un niño anduviera por la calle.

 

- ¿Dónde estoy? -continuó. ¡Claro!, pensó ella, se habrá perdido. Sabe Dios de donde vendrá- Nunca había visto un sitio así.

 

- Esto es la Puerta del Sol. -Entonces el pequeño abrió sus enormes ojos aún más.

 

- ¡No me lo puedo creer! ¿la puerta del sol?... entonces… ¿por aquí se puede entrar al sol? Me encantaría conocer a los fogoneros que mantienen el fuego que nos calienta cada día.

 

Increíble, pensó. Ese niño era la inocencia en estado puro ¡fogoneros que mantienen el Sol encendido! No sabía qué decir, tampoco era cuestión de iniciar una clase magistral de astronomía y física, tampoco se sentía capaz de dársela, así que soltó las manos y los pies y bajó del pedestal para acercarse más a la criaturita rubia.

 

- Verás, este lugar se llama así “la Puerta del Sol”, no es que haya una puerta que conduzca a ningún sitio y….

 

- Pues yo sí veo muchas puertas.

 

- ¡Oh sí!, pero esas son para entrar en las casas de los hombres y las mujeres que viven y trabajan aquí.

 

- ¡Ah! ¿y tu eres un hombre o una mujer? -aquello ya fue el delirio ¡ella un ser humano!, y, sin embargo, el niñito parecía hablar lo más serio del mundo, para nada le daba la impresión de estar riéndose de ella.

 

- Yo no soy ninguno de los dos -y para que apreciara mejor su figura, se sentó sobre sus cuartos traseros y estiró las manos hacia él- ¿Ves? No soy como ningún humano.

 

- Pues un zorro tampoco eres, porque yo tengo uno que es mi amigo y peludo como tu, pero apenas es más alto que yo. Y de mi cordero ni te hablo, porque se me ha perdido… pero tampoco te pareces en nada a él. ¡Ah! Y mucho menos a una rosa…

 

Entonces se levantó sobre sus patas y se estiró cuanto pudo, para que el niño admirara su estatura, observó que él no expresaba ningún temor en contra de lo que estaba acostumbrada; los humanos, cuando ella se ponía en pie, solían huir atemorizados o se volvían violentos, sólo la respetaban cuando estaba sobre el pedestal haciendo que comía del árbol.

 

- Soy una osa -dijo como si eso debiera saberlo todo el mundo.

 

- Discúlpame, nunca había visto una-osa. No sabía cómo sois, ni siquiera sabía que había una-osas. 


- ¡Oh!, creo que lo has comprendido mal. Soy una, espacio, osa. Osa es mi especie de animal, no existe una-osa.


- ¡Ah!, perdón de nuevo... -se detuvo en silencio un instante, como asimilándolo y luego continuó, cuando parecía que ya lo había comprendido-. Todo esto es muy extraño: una osa que se sube a un pedestal y simula comer de un árbol, una puerta del sol que no se abre… ¡en fin! Me había hecho ilusiones ¿sabes? -respondió bajando la cabeza como si estuviera triste-. En mi planeta cada tarde me siento a ver la puesta del sol… a veces muevo un poco la silla para volver a ver atardecer… así, una vez vi cuarenta y tres veces seguidas cómo se ocultaba el sol… -la miró de nuevo-, me había hecho ilusión encontrar la puerta por donde se entra al sol…

 

La osa lo observaba incrédula. ¡Cuarenta y tres veces seguidas! ¿pero de dónde salía este pequeñín?

 

- Vale, no sé de qué me hablas… yo veo sólo un atardecer cada día y, bueno, digamos que sé que atardece porque se va el sol y se encienden las farolas, la gente se marcha y me quedo casi sola; entonces bajo del pedestal y me doy unas carreras para desentumecer mis pétreas piernas…

 

- ¡Oh, vaya! Cuánto lo siento, entonces ¿tu no ves ocultarse el sol por el horizonte?

 

- Sé que es así porque lo llevo en mi “ADN”, como sé tantas cosas sólo por ser un animal, las llevo grabadas en mi interior y las sé porque las sé. Pero yo no he visto nunca al sol ocultarse tras el horizonte. Es lo que nos diferencia a los animales de los humanos, ellos estudian y aprenden, nosotros recordamos.

 

- ¿Y yo soy un humano? -la osa se quedó pensando…

 

- Al menos de aspecto lo eres, pero ciertamente no te pareces a ninguno que haya visto antes, niños o grandes.

 

- Yo sólo conozco a un humano… lo conocí en el desierto hace mucho tiempo.

 

- Pero aquí hay muchos ¿no los ves? -el niño miró para todos lados y dijo que no con la cabeza. Bueno, no es que estuviera aquello como a mediodía, pero más de un centenar seguro que había, pululando de un lado a otro, barriendo la calle, vigilando, abriendo tiendas… la marejada diaria se desperezaba, la marabunta aparecería en breve.

 

- Entonces ¿tu no has visto un ocaso en todo su esplendor? -insistió el Principito.

 

- Si y no. Aunque siempre estoy aquí, donde me pusieron, he aprendido a moverme con el pensamiento y de vez en cuando me escapo y recorro bosques y jardines, subo montañas artificiales y naturales, juego con pequeños animalillos de la noche…

 

- Pero nunca has visto un crepúsculo.

 

- Sí, lo he visto. Esta ciudad es muy grande ¿sabes? Y hay muchos y muy bonitos.

 

- ¿Muchos? ¿Cuántos puedes ver moviendo tu pedestal unos centímetros?

 

- Bueno, no creo que pueda mover mi pedestal… no, no quedaría bien. Aquí no es así, esto es enorme, es una gran ciudad, la capital de un país.

 

- ¡Ah!, no sé que es un país, ni una capital… ¡ni una ciudad!

 

- ¡Caramba! Una ciudad es el lugar donde viven los humanos, una agrupación de ciudades y pueblos es lo que se denomina país; cuando una ciudad adquiere más importancia la nombran capital del país. Generalmente es la más grande. Esta en la que estás se llama Madrid y es la capital del país llamado España.

 

- ¡Aaaah! ¿Y hay muchos atardeceres?

 

- Uno cada día en miles de lugares, pero para verlos hay que andar hasta los enclaves adecuados, o subir a los edificios más altos, o asomarse a una terraza, un balcón… son cosas que quizá no sepas aún que son, pero te los puedo enseñar.

 

- ¡Oh, claro, me encantaría!

 

Ambos se quedaron sonriéndose mutuamente. La osa nunca había tenido un amigo con el que compartir juegos, el niñito nunca había conocido a un animal así.

 

- Entonces ¿seremos amigos?

 

- ¡Claro! -respondió la osa.

 

- Ser amigos es una cosa muy seria. El zorro y yo somos amigos y tenemos un ritual ¿tu quieres tener un ritual conmigo?

 

- Bueno ¿por qué no?

 

- Vale, pues entonces nos veremos a una hora concreta cada día y tu me llevarás a ver un atardecer. Por mi parte, al acercarse la hora de reencontrarnos, estaré más nervioso según avance el reloj hacia el momento de la cita…

 

- Y yo te esperaré aquí, más impaciente cada vez, mirando al reloj de aquella torre. Y cuando por fin llegues, te montarás en mi lomo y volaremos hasta el lugar donde ver ocultarse el sol…

 

- ¿Cuántas veces?

 

- Cuarenta y tres, para que veas que tu planeta y mi ciudad son casi iguales a pesar de no parecerse en nada.

 

El Principito rio por primera vez desde que estaban juntos.



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NOTA.- Si quieres acompañar a la Osa y a El Principito en su visita a los 43 atardeceres por Madrid, tienes que pinchar arriba de la página en la pestaña "los 43 atardeceres", donde se presenta la lista de los ya recorridos y se irán añadiendo los siguientes. Para que te sea más cómodo, la página la puedes enlazar pinchando aquí también.



@ 2022 by Santiago Navas Fernández


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