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martes, 7 de septiembre de 2021

TRILOGIA DE LAS TRES PRIMAS, NÚMERO 3: BLANCAFLOR Y LOS TRASTÁMARA

 


Cuenta nuestro investigador Anacleto Matero, de la Academia de la Historia Jamás Demostrada que hay una tierra en la Península Ibérica rodeada de altísimas montañas donde ni los godos, visigodos y ostrogodos que llegaron por allí, ni los romanos, hollaron jamás con sus embarradas sandalias. Testigo fue aquella inhóspita tierra en los tiempos anteriores incluso al hilo negro, de un hecho insólito e irrepetible que acabó en una celebración espectacular y cuyas consecuencias aún se sufren. De hecho, costó una dinastía entera de nobleza, reyes y reyas (perdón, reinas).

 

Cuenta el sabio investigador que aquel potente pueblo virgen de sangre extranjera, vivía entre dichas altísimas montañas, casi inexpugnables, al norte de la península con el gélido mar del norte a sus pies. Apenas labraba la tierra porque sandías, cebollas, uvas y demás piezas redondas, rodaban ladera abajo cuando estaban maduras, perdiéndose en los inmensos ríos y en el mar, a poco que se descuidaran. Así que se acostumbraron a los frutos secos, el escaso vino de alguna cepa enana y el pescado que podían pillar desde la orilla pues no se adentraban en el agua ya que habían llegado a la conclusión casi científica, de que haciéndolo, se mojaban. La carne la obtenían cazando algún jabalí que no corría lo suficiente. También en los inclinados huertos y con mucho ingenio obtenían algunas verduras de hoja y criaban vacas perfectamente adaptadas a las cuestas de las montañas: las había paticortas del lado derecho y paticortas del lado izquierdo, lo cual que unas miraban siempre al norte y otras siempre al sur.



 

Pero esto no era vida. Así que los señores de aquellas tierras, reunidos con otros señores de aquellas mismas tierras, pero de un poco más allá, decidieron nombrar un rey que casara con una reina y tuvieran un hijo, príncipe valiente, que fuera a buscar una solución allende las altísimas e inexpugnables montañas. Debía ser joven, fuerte y casadero con una mujer joven, fuerte y casadera ¡de raza! La asamblea se celebró bajo el Tejo milenario y tras largas horas de discusiones con argumentos y razones mil, llegaron a un acuerdo que reflejaron en un Acta que nuestro agente Anacleto, ha conseguido. Lo reproducimos a continuación íntegro, coma más, coma menos:

 

“- ¿Kas ká? -comienza diciendo el anciano que preside.

 

- Tá, bai -responden los asistentes como conclusión final.”

 

Así pues, eligieron a Urtancholabarríatxotorena (Kepa para los amigos), el más aguerrido, que casó con las más aguerrida, Karkatabundatxekao (Maitechu entre las amigas) y tras varios partos, por fin nació el niño, aunqueeee… ¡¡esmirriado!! Nadie se lo podía explicar, lo achacaron a Dabura, la bruja mala esposa del diablo, pues ellos, que se sentían el pueblo escogido por los dioses, estaban maldecidos por el perverso de los perversos. "Hasta aquí hemos llegao" dijo Urkuku, el brujo de la tribu, "Esmirriao casará con una hija del diablo y así tendrá que dejar de perjudicarnos, seremos sus nuevos parientes". Pero por más que le invocó con sus ritos tribales acompañado de reggaeton, el del averno no se dignó acudir a la cita, por lo que decidieron mandar a Esmirriao en misión a sus dominios "si el diablo no viene a la montaña, será la montaña quien vaya al diablo" (frase que en siglos posteriores fue un tanto modificada, pero cuya autoría es de Urkuku). Al muchacho le faltaba valor y salud, por lo que se quedó a poco del lugar, escondido y llorando en una cueva. Necesitaba un empujoncito.

 

Y la ayuda apareció. Magoa, la bruja buena, se presentó en forma de una gran luz lechosa que iluminó la noche y entró en la cueva, su dulce voz femenina le dijo “Esmirriao, yo te ayudaré” y lo elevó por los cielos trasladándolo hasta una poza de aguas cristalinas, rodeada de las más coloridas flores y verdes arbustos, como él jamás había imaginado que existiera (además que en el interior de las montañas no había ni de lejos cosas tan bellas). Allí se bañaban tres pibonazos en pelota picada, y como el agua ya he dicho que era transparente, a “Esmirriao” se le salían las pupilas de los ojos mirando cosas tan bellas como aquellas que, por supuesto, tampoco había en el interior de sus montañas: pieles blancas, torsos redondeados, pechos turgentes, figuras esbeltas, pelo brillante… ¡O sea, que se enamoró! De las tres, pero sobre todo de una en concreto.

 

- ¡Ofú hermanahs, ya tenemo otro mirón azomao a los liriohs!, ¡mi armaaaaa, que te ze van a caé lo ojho de tanto abrilooo! -dijo una de ellas.

 

Ella era, la que gritaba, la más blanca y radiante, bella como la primera flor de primavera, por lo que Esmirriao la llamó Blancaflor ¡mira qué original! Lo que no sabía Esmirriao es que las tres eran las hijas del diablo y que, bajo su aparente belleza, ocultaban la más absoluta entrega a la maldad imbuida por el padre desde su nacimiento. Así, podían transformarse en sirenas, walkirias o lo que hiciera falta para arrastrar el alma de los incautos hasta el infierno. Esmirriao como loco se declaró, ella lo rechazó, él insistió, ella lo insultó, las hermanas se partían el pecho de la risa, él llegó al éxtasis y entonces… la pequeña, que era la más lista y desde hacía tiempo se olía que ella iba a heredar una cerilla usada el día que el padre abdicara, perdiendo el reino, el título y tal vez fuera enviada a cualquier cenagal como bruja fea con verruga peluda y todo en la nariz, se lo pensó, porque a fin de cuentas el muchacho era un Príncipe y…

 

- Mi querio Ezmirriao, zoy Infanta de un Gran Zeñó, aunque no Prinzesha, como me guztaría, zi tu me prometehs… -dijo la muy sibilina poniendo ojhitoz, digo ojitos.

 

- Eso te lo gesuelvo yo en cuantico nos pgometamos y, de que yo sea Guey, tu segás mi Gueina -nótese que no se trata de un defecto al hablar fruto de los nervios, sino que el pobre sumaba a todo lo dicho, un problema con la egue, digoooo con la erre.

 

Así las cosas, el diablo, trastocado con bata de cola y corona de oro para la ocasión, le dijo al Esmirriao cuando éste acudió a pedir la mano de Blancaflor.

 

- Muy bien me parece que te guste mi niña, pero yo no voy a dar su mano a un cualquiera ¿de qué vive tu reino? ¿qué tiene? ¿qué me puede aportar? -el pobre muchacho se rascaba la cabeza sin saber qué decir, leña no faltaba, y algún jabalí o vaca que comer tampoco, el vino era escaso y lo demás… Pero Blancaflor que era tan lista como su progenitor, se adelantó:

 

- ¡Oh, mi zeñó padre! El Prínzipe eztá nerviozo y no azierta, pero yo zé que eze reino tiene grandehs extenzionehs de zerealehs y de videhs, ricaz y frezcahs huertaz y granjaz de animalehs muy variadoz, azí como inmenzohs bozquehs rebozantehs de caza… ¡Ah, y comerzia con las gentehs que zacan el oro de lahs montañahs y lo embarcan en el eztrecho, mi arma!

 

- ¿Ah, sí? -respondió el padre, sabedor de la verdad- pues yo lo tendría que ver antes con mis propios ojos ¿a qué estamos, a martes? Pues el viernes visitaré tu reino y acordaré con tu padre el rey Kepa los términos de la boda.

 

A Esmirriao le empezó a sudar el cogote y los calzones se le escurrían al suelo con el temblor de las canillas ¿cómo iba a conseguir crear esos campos, huertas y granjas? Blancaflor sonrió y se lo llevó de la mano al jardín “no zeahs puzilánime, Ezmirriao, que entre Magoa y yo mizma, lo vamohs a conzeguir.”

 

Y llegó el viernes y acudió el diablo disfrazado de rey. Y se encontró con unos interminables campos de cereal y de vides antes de llegar a las montañas, bien sabía él que allí no había nada, pero calló. Un camino que ni él conocía, se adentraba por una garganta entre las altísimas montañas. Esmirriao estaba tan alucinado como el propio diablo, pero callaba, aquejado de una afonía que lo tenía mudo de la sorpresa.

 

- Aitá, ¡no veas qué campos de cereal y vides tenemos pasado el monte Támaga! -dijo a su padre tras las correspondientes presentaciones, el cual le miró displicente “se me ha vuelto orate” pensó.

 

- ¿Támaga? -preguntó el rey Kepa, pero enseguida se dio cuenta - ¡Ah! Támara, claro. O sea, que tenemos campos tras Támara, pues mandaré un rey allí… ¡Enriqueeeeee, calienta que sales a jugar! -Y sacó una botella de un licor blanco con el que brindaron por el buen acuerdo y el nuevo reino y formaron una juerga con flamenco y tal, que duró tres días de borrachera.

 

Y así fue como se inició la dinastía al otro lado de Támara, o sea, tras Támara. O eso dice nuestro don Anacleto, que de ahí surgieron los Trastámara. De hecho, una heredera de Esmirriao y Blancaflor llamada Blanca Garcés, casó con un heredero del tal Enrique (aunque eran primos, inauguraron la costumbre de hacerlo entre ellos por temas de las herencias, ya sabéis, menos impuestos y no se divide tanto la hacienda), pues bien, el propio rey tomó el licor blanco que bebía la familia en las grandes celebraciones y lo llamó Blanca en honor a la abuela e iniciadora de la saga.

 

- ¿Blancaaaaa? ¿de qué? -le interrogó su esposa que estaba algo mosca con las constantes cacerías que se marcaba el monarca heredero homónimo en El Pardo.

 

- ¡De Tabarra! 

 

- ¿Y eso?

 

- ¡La que me estás dando, mujer!

 

Famosa también fue otra “Blanca” hija de Sancho de Navarra y Sancha de Castilla, de donde viene el famoso dicho “Sancha es Castilla” por que le prohibió a su Sancho hacer uso del licor de Blanca, al cual se aficionó en exceso, hasta que un día el monarca se enfadó y dijo aquello de “si Sancha es de Castilla, Blanca es de Navarra” y sus seguidores gritaron “¡Blanca de Navarra! ¡Blanca de Navarra...!” y se pusieron todos a beber como unos cosacos peninsulares. La nombrada, que no aguantaba las trifulcas familiares, habló con sus primas Blanca Nieves y Blanca Paloma (la Cenicienta) que se habían montado un chiringuito financiero por algún lugar de Europa y les iba genial con el negocio, se largó en su busca, pero al pasar por Champaña conoció a un joven que luego resultó ser rey del lugar y se casaron; su hermana que se olió el percal hizo un Erasmus en Inglaterra y conoció y se casó con Ricardo Corazón de León. 

 

El gen de la diablesa Blancaflor dirigía la existencia de las herederas pues otra, Blanca de Évreux, casó con el rey de Francia. Hasta que una de ellas, imbuida por las nuevas ideologías que cruzaban el viejo continente dijo: “ya no nos va ser reinas consortes ¡nosotras reinamos, nosotras decidimos! ¡igualdad y empoderamiento, mujeres a la Corona, joder!!”. Así, Blanca I de Navarra, reina consorte de Sicilia hasta entonces, asumió el reino al que dio el nombre de Navarra que pasaría a su hija, Blanca II de Navarra, pero el diablo, que no paraba de enredar, malmetió hasta que por culpa de un crimen fraternal nunca aclarado, unas leyes que dicen que venían de los tiempos de Matusalen… en fin, que la Corona paso a cabeza masculina y hasta mucho tiempo después, no volvió a una cabeza femenina, una tal Juana, creo, pero eso ya es tema para otra investigación.

 

Al menos de todo ello, nos quedó el licor, eso sí. ¡Chin chin!




@ 2021, by Santiago Navas Fernández



Con esta tercera parte se cierra la Trilogía de las tres Primas Blanca, si quieres leer las otras, aquí tienes los enlaces:


Número 1: LA VERDADERA Y FANTÁSTICA HISTORIA DE BLANCA NIEVES. Leer aquí.


Número 2: BLANCA PALOMA "LA CENICIENTA", leer aquí.



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