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viernes, 20 de septiembre de 2024

EL PRINCIPITO EN LA GRAN VIA.


La Osa se bajó de su pedestal y fue tras El Principito que estaba buscando su reflejo en los cristales de la salida del intercambiador de Sol. Lo tomó de la mano y ambos subieron por la calle de la Montera sin soltarse una del otro, atardecía, la gente pasaba alrededor suyo sin verlos, porque de otra forma se habrían sorprendido de la forma de vestir del pequeño niño rubio y hubieran huido asustados de la Osa.


- ¿Sabes que es el amor, Principito? -dijo la Osa entornando sus cálidos ojos de largas pestañas. Él niño adoptó inconscientemente un gesto de melancolía y en la memoria despertó el recuerdo de su rosa, la perdida mirada respondió por sí misma. La Osa calló.

Al llegar a la Gran Vía el sol inundaba de rojo el cielo, la gente sacaba sus móviles y lo fotografiaba. Sobre los cristales de las ventanas, el color simulaba reflejos de fuego, las fachadas parecían torres de hornos en funcionamiento. Un gran ventanal iluminaba más que ninguno, pero El Principito no se fijó en eso, sino en una figura que había más allá, en un tejado, sobre una cúpula negra.

- ¿Quién está ahí arriba?

- Sabía que llegaríamos aquí y me preguntarías, por eso te hablé del amor -la Osa hizo un largo silencio-. Escucha la historia: hace muchos siglos, un pastor llamado Endimión observaba el cielo cada noche, observaba las estrellas y la luna, entonces se percató de que ésta se movía. La Luna se sintió atraída por ese ser bello que la observaba y también le vigiló, descubrió que cada noche el muchacho se bañaba desnudo bajo su luz tenue -el Principito miraba al horizonte-. La Luna se enamoró de su cuerpo perfecto y decidió que debía descender a su lado, el corazón henchido de esperanza; así, cuando estaba llena, la Luna se materializaba en una hermosa muchacha y se metía en el agua con él. Ambos se amaban sin recato. Sus únicos testigos eran las ovejas que el perro del pastor vigilaba.


- Pero antes de amanecer, la muchacha desnuda abandonaba el lugar, dejando el cálido lecho para ocultarse del Sol que la perseguía constantemente. La Luna no era feliz, así que como astro de la noche, entre las brumas buscó una muchacha a su imagen y semejanza para materializarse en su cuerpo y poder estar siempre junto a Endimión. La encontró en Selene, una fuerte y hermosa deportista. Cada noche, fuera o no luna llena, se amaba con el pastor en el lago de tibias aguas donde comenzaron su idilio y el resto del día ejercitaba sus labores de arquera, hay quien dice que tuvieron cincuenta hijas -la Osa miró al Principito que la miraba asombrado-, bueno, yo también creo que es un poco exagerado, pero las leyendas son así.

- ¿Y qué hace ahí?

-  Cuando el padre de Selene se enteró de que su hija, una diosa, tenía amores con un mortal, mandó al ave Fénix a que lo secuestrara y se lo llevara lejos. Endimión atrapado entre las garras del fuerte animal pedía socorro. Selene le oyó desde el cielo, tomó su arco y flechas y comenzó a correr tras el ave mientras lanzaba las mortales saetas. Si te fijas, en el tejado del bloque de enfrente está su figura disparando y en el suelo de la calle aún se pueden ver las flechas divinas impresionadas en el granito del suelo.

- ¿Y cómo acaba la historia?

- No lo sé Principito. Lo importante no es eso, aunque si dicen que tuvieron cincuenta hijas será porque acabaron juntos.

- ¿Y el ave? ¿murió?

- No, el ave Fénix nunca puede morir, es como tu. Viene, se va, pero siempre esta ahí.

- ¡Ah!

- Lo importante, Principito, es que aprendas una cosa. No hay límites para el amor, aunque ella sea una diosa y él un mortal, o viceversa, el amor siempre gana si es de verdad.

- Como el Sol.

- ¿Cómo el Sol?

- Sí, como el Sol ¿No ves? Ahí está, amarillo y rojo de fuego, atravesando las nubes, sobre los grandes rascacielos, sobre la ciudad que mira al suelo, se refleja en los cristales para atraer la mirada de la gente y todos le observan fascinados. Aun en la gran urbe. Es el rey del Mundo.

- Así es, dicen que el cielo de Madrid tiene algo especial, Principito -y sin saber por qué, el Principito se echó a reír, ¡él había viajado tanto...!

- ¡El cielo de Madrid! -afirmó cuando dejó de reír.


@ 2024, by Santiago Navas Fernández

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