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viernes, 22 de diciembre de 2023

NOCHE MALA.



No sabía porqué desde hacía dos o tres años, cada nochebuena una determinada canción de Navidad se repetía machaconamente en su cabeza. Estaba perdiendo la memoria inmediata y sin embargo comenzaban a aflorar recuerdos antiguos. La música no cesaba y él sentía un desgarro cada vez que la escuchaba, angustia, desazón, ¿Cómo describirla?

- ¿Qué te pasa, papá?

- No lo sé, hija mía... esa canción de Navidad-. Y entonces su hija cambiaba el disco y ya él se tranquilizaba, era extraño.


Cerró los ojos un momento y el recuerdo surgió sin llamarlo. La boca le sabía a polvo, algunos granitos de arena crujían bajo sus dientes. Se encontraba sediento e intentó tragar saliva pero estaba seco, oyó una gota de agua caer junto a su oído, pero se dio cuenta de que apenas podía moverse, giró la cabeza y sacó la lengua para recoger las gotas. Tenía un sabor terroso, sucio, que le evocaba mil recuerdos de la niñez, la fetidez de las calles, la cal con que se cubrían las paredes... No sé podía mover, en la oscuridad no podía distinguir por qué ni cómo. La música le llegó de alguna parte, era un villancico a un ritmo distorsionado, acababa y volvía a empezar, como si un "tocadiscos" estuviera funcionando en bucle. Apenas se oían los crujidos habituales, aunque sí voces muy lejanas y apagadas. Pero él no tenía ni fuerzas para hablar.

- Te estás durmiendo, papá ¿te llevamos a acostar?

- No, hija, no. Estoy bien, estoy recordando cosas, dejadme seguir con vosotros un rato más.

Y volvió a concentrarse. Le dolían las piernas, o eso creyó, en realidad era la ausencia de cualquier indicio sobre ellas lo que le preocupaba, comenzaba a dolerle la cabeza. La música seguía y comenzaba a resultar ya desagradable. Las voces se oían más cercanas, algunos golpes retumbaban en sus oídos y algo de polvo caía sobre su cabeza. Entonces le vino una imagen a la memoria, corría asustado hacia su casa cuando las sirenas comenzaron a aullar en el barrio, consiguió entrar al portal cuando se oía volar a los aviones y comenzaron las explosiones. Y luego una sensación como de haber penetrado en un huracán. Todo tembló durante unas milésimas de segundo y se sintió volando junto a trozos de puertas, de paredes, de los utensilios propios del  portal... y nada más, hasta que despertó con la música navideña de fondo, la sed, la sensación de estar atrapado...

Las voces ya estaban más cerca, oyó un perro ladrar.... y la música, la maldita música de aquel villancico girando a una velocidad inadecuada. Quiso hablar pero no podía, la sequedad de su garganta le tenía atenazado en el silencio. Reunió cuanta saliva pudo, intentó beber algunas gotas de aquel maloliente líquido que caía de algún sitio, con un sabor extraño. Y tanto esfuerzo valió la pena, un sonoro alarido salió de su boca "¡¡ aquí !!", escueto pero suficiente, las voces callaron, entonces él repitió el esfuerzo y con menos impulso pero aupado por la esperanza, volvió a repetir su reclamo por encima del maldito villancico. Las voces se incrementaron y a poco comenzó a sentir que alguien caminaba sobre su techo, cayó algo más de polvo sobre su cabeza y en seguida se hizo la luz.

Aparecieron unas caras ante él, una mano húmeda limpió su rostro mientras él sacaba la lengua para quedarse con la humedad de aquella piel, alguien apoyó una pequeña botella de plástico en sus labios, "enjuágate y escupe, no te lo tragues" le dijeron. Pero ¡tenía tanta sed! La primera no, pero a la segunda tragó el agua limpia y dulce con ansiedad. Le pusieron un collarín y comenzaron a remover los escombros a su alrededor.

- Papá, ahora sí, ya nos vamos a acostar todos -. Su hija empujó la silla de ruedas mientras él recordaba el resto. Alguien en el vecindario, en una noche como esta que pretendía ser buena pero fue mala, escuchaba villancicos cuando los aviones bombardearon el barrio. Él, entonces un chaval, jugaba en la calle con el resto de niños, quiso instintivamente volver a casa pero se quedó atrapado en el derrumbe del edificio. Y su mente infantil ocultó aquellos instantes pasados bajo los escombros, hasta ahora, ya anciano, que volvía a vivirlos cada noche buena mientras olvidaba el instante actual.

- Gracias, señorita -. Respondió y pensó "¡ qué amable es esta muchacha! tendré que decirle a mi hija que la compre unos bombones por lo bien que me trata ¿Dónde me llevará?"


@ 2023, by Santiago Navas Fernández

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