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martes, 11 de febrero de 2020

LA VENTANA (II)



El  TELÉFONO


- ¿Y qué pasó del “homre sombra”?

- Pues no lo volví a ver más. Sabe Dios quién sería.

- Bueno, ya sabes que hay gente para todo -las dos compañeras seguían tecleando mecánicamente, en realidad en su trabajo apenas les daba tiempo de hablar durante el turno, pero una vez adquirida la práctica, les era fácil mantener algún tipo de conversación entre ellas en medio de su tarea de transcribir lo que recibían por otro conducto, montar las páginas que luego verían los clientes o traspasar los emails a los lugares adecuados.

- ¿Y del teléfono qué pasó al final?




- ¡Ah, si! No te lo he contado. Me lo pusieron ayer.

- No entiendo tu manía, en los tiempos que estamos deberías tener suficiente con el móvil…

- Es verdad, pero mi madre no se acostumbra, de hecho, lo paga ella.

- Ah, bueno, por que sino ¡otro gasto más! Y tu no estás ni para un sándwich.

- Pues no -rieron ambas.

Aquella tarde Clara volvió a su apartamento contenta, al final de la jornada le habían llamado de Recursos Humanos y le habían hecho una buena propuesta, incluía un pequeño incentivo por producción que podía convertirse en un variable interesante si sobrepasaba el índice acordado en un tramo superior al cien por cien del objetivo. Eso podía significarle tener que dedicar más horas, pero, a fin de cuentas, como vivía sola… poca diferencia le iba a suponer llegar a las 7 de la tarde o a las 11 de la noche, con el tiempo justo de darse una ducha y acostarse.

Así que nada más llegar descolgó el teléfono fijo para llamar a su madre y contárselo, estaba tan entusiasmada, aunque ocultó lo de las doce horas de jornada, que no se dio cuenta de que estaba gesticulando exageradamente ante el ventanal del salón. Cuando instintivamente miró al frente se encontró con la silueta oscurecida que la observaba desde la ventana del segundo piso del bloque del otro lado de la piscina y el jardín.

Allí estaba él, quien quiera que fuese, mirándola sin pestañear o así lo intuyó ella. Y detrás: la mujer sentada en el sillón orejero, haciendo punto bajo la lámpara de pie y el resplandor de la televisión que miraba levantando la cabeza, alternativamente a la costura. Su alegría se transformó en inquietud, así que concluyó la conversación con su madre. El hombre seguía mirándola, por un resquicio del reflejo de la luz que quedó cuando se levantó y salió la mujer, creyó ver que sonreía.

Sin apagar la luz del salón subió a la habitación y desde allí, sintiéndose segura a oscuras, intentó adivinar que hacía, pero aparentemente no se movía, seguía mirando en aquella dirección. Decidió volver a bajar y abrir el balcón, asomarse y saludarle, ya que el demostraba tener tanta cara, ella no iba a ser menos y si hacía falta, mañana preguntaría al conserje e indagaría a ver quién era. Si hacía falta, iría a su casa a hablar con él o con la mujer o con ambos.

Pero cuando bajaba sonó su teléfono fijo, supuso que a su madre se le habría olvidado contarle algo o bien, había denotado su intranquilidad. Sin embargo, cuando descolgó nadie habló, solo una respiración muy leve denotaba la presencia de un ser humano al otro lado.

- ¿Mama? -nada cambió- ¿eres tú, mamá?... ¿se te ha olvidado algo?... o quizá has descolgado sin darte cuenta, pero entonces ¿cómo ibas a marcar mi número?... ¡ah, ya sé! No has colgado bien y… no, tampoco, no hubiera sonado mi teléfono…

Entonces se volvió instintivamente hacia el balcón de enfrente y lo vio. El hombre tenía un teléfono. Parecía increíble, pero lo supo con certeza a pesar de no distinguirse con nitidez. Era como si todo lo que ocurría en aquel piso lo supiera sin verlo. De alguna forma aquél sujeto, se habría enterado del número de su teléfono y la estaba llamando. Cumplía todos los requisitos para sentirse acosada. Colgó de un golpe sin dejar de mirarle. Él separó el auricular de su oreja y colgó tranquilamente. Lo miró como se miraban el bueno, el feo y el malo en el cementerio, entre temerosa, desafiante, retadora… Y él parecía mirarla sin ver. Pasaron los minutos lentamente. Nada se movía, hasta la mujer del decorado tras la oscura figura, parecía petrificada, como si el reloj se hubiera parado.

Entonces él volvió a descolgar, sujetó el auricular entre su hombro y su oreja y con la mano libre, porque la otra sujetaba en el aire el teléfono, marcó lentamente un número tras otro en la rueda giratoria. Inmediatamente sonó el timbre del que tenía Clara entre sus manos. Sintió un vértigo infinito, la piel se le puso tensa, los ojos se le dilataron, sintió cada pelo de su larga cabellera cobrar vida propia. Él la miraba con el auricular ya sujeto en la mano que usó para marcar. Ella lo miraba a él temiéndose lo peor. Descolgó, sólo una respiración calmada, profunda, equilibrada se escuchaba.

- ¡HOLA! -gritó, pero nada- Hijo de la gran puta ¡CONTESTA!

La sombra colgó suavemente. Y Clara hizo lo propio y salió corriendo escaleras arriba, pero cuando llegó a asomarse desde el oscuro dormitorio, ya había desaparecido de la ventana. La mujer tampoco estaba, ni la lámpara, ni la televisión, ni nada; era como si el piso nunca hubiese tenido vida. Era como si de repente nada hubiera pasado, como si todo fuera fruto de su imaginación. El teléfono volvió a sonar. Se lanzó a la carreta y descolgó con todo el ímpetu, casi saltó sobre el aparato y descolgó llena de rabia:

- ¡QUE QUIERES! -gritó invadida por la rabia, el pánico…

- Hija ¿qué te pasa? ¿por qué me hablas así? -Clara quiso morirse, no sabía que decir, era su madre, ahora sí, esta vez era realmente la única que podía llamarle, porque era la única que conocía ese número, aparte de la empresa telefónica, claro.

- No mamá, perdona, es que ya me están llamando los pesados esos para ofrecerme cambio de compañía… ya sabes.

- Ay si, mi niña, que son muy pesados. Yo hablo con todos porque me da pena, pero no me cambio. En fin, que es que se me había olvidado decirte una cosa, dudaba, porque lo mismo se ha hecho muy tarde, pero como mañana vas a venir, pues te quería pedir si podías pasarte por El Corte Inglés y traerme una cosita de allí, verás… -y Clara respiró, quería reírse por las ocurrencias de su madre, pero no pudo.

De reojo miró por la ventana y allí estaba él otra vez, mirándola, pero ahora la luz era total. Duró apenas unos segundos en los que sólo pudo ver cómo su mano derecha accionaba un interruptor y la oscuridad volvió al apartamento de enfrente. “Maldita sea” se dijo y se lamentó por no haberle podido ver la cara.


Continuará...


@ by  Santiago Navas Fernández

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