Translate / Traduire / Übersetzen / Itzuli / Перевести / 번역하기 / 翻訳 / ترجمة / 译 / ...

miércoles, 5 de octubre de 2022

MEMORIAS DE UN BANCARIO II: Villafranco del Guadalquivir

 

Año 1988, en la Sucursal donde comencé un martes 16 de agosto (el lunes había sido festivo por "la virgen de agosto"), había dos personas y yo era el tercer empleado, los resultados económicos de la oficina eran buenos y habían decidido aumentar la plantilla. Interventor y Director, el cual estaba de vacaciones y le sustituía un correturnos designado para tal fin en los pueblos pequeños a fin de que nunca hubiera un solo empleado por oficina. Este hombre, de nombre de pila Juan, era un manchego afincado en la ciudad de Sevilla desde hacía muchos años, un buen hombre que me acogió con cariño y me ayudó a arreglar "los papeles" del contrato (porque en esos tiempos y allí, había que arreglar los papeles uno mismo). El otro empleado era el Interventor, un "peazo cacho" pan mojado en vino natural natural del lugar, lo suficientemente inteligente como para saber que ahí estaba su sitio y no en otro lado, lo suficientemente humilde como para ayudar a todo el mundo, lo suficientemente juerguista como para quedarse a dormir en la oficina  y no irse a casa tras una noche de parranda. Y ahí estaba yo, un chico de Madrid con sus zapatitos brillantes, su pantalocito de raya marcada, camisa blanca y corbata, bien lavado y peinado, dispuesto a todo. "¿Hasta dónde te gustaría llegar en el Banco?", "¡hasta Presidente!", ¡di que sí, con un par, pisando fuerte! 


El primer día de trabajo (recordar el capítulo anterior) me levanté muy temprano, me fui a un bar a tomar café, poco más me cabía en mi encogido estómago. Y luego me planté en la puerta del Banco a esperar. Ya me conocían, pues una semana antes había hecho un viaje relámpago Madrid-Sevilla-Villafranco con mi madre. Viajamos en tren cama, de los de entonces. Tened en cuenta que no había trenes de alta velocidad, ni móviles, ni internet... así que desayunamos en un bar y preguntamos para coger un autobús que nos llevara a ese pueblo. Parecía una misión imposible. Nos costó, pero a base de preguntar descubrimos que "El Puntal" e "Isla Mayor" eran lo mismo que el citado pueblo y que los autobuses salían de una plaza al final de la avenida de la República de Argentina "donde la mafre", o sea, donde estaban las oficinas de Mapfre. Ese día con mi madre y sin equipaje, el trayecto en bus no me pareció tan malo. Llegamos sobre las 11, visitamos la Sucursal, nos presentamos y todo fueron amabilidades, los compañeros procurarían buscarme alojamiento, total que como el mismo autobús que nos trajo salía a las y media y si lo perdíamos, el siguiente sería en dos horas, salimos corriendo para volver a Sevilla y llegar al primer tren de vuelta a Madrid a continuación.

Don Juan me montó en su coche y nos fuimos a resolver "los papeles" de mi contrato. Como en Villafranco no había Oficina de Empleo, nos fuimos a La Puebla del Río, el pueblo matriz y más cercano, a 12 km en dirección a Sevilla, que era la única carretera reconocida como tal. Allí preguntamos, pero nadie supo decirnos "¿Eso para qué es?" nos preguntó uno, "Es para inscribir un contrato de trabajo y darle de baja en el paro", respondimos, "¡Ah, hombre! ¡la oficina del paro!, haberlo dicho" y ya supo indicarnos. Así aprendí que aunque el idioma sea el mismo, las palabras tienen que ser las adecuadas, una Oficina de Empleo no tiene significado alguno porque en esos lugares se la llama Oficina del Paro. Pero al fin conseguimos nuestro propósito. Ya era empleado de banca y una cifra menos entre los parados españoles.

Entonces la informática era un proyecto en sus inicios y contábamos con un solo ordenador en la Sucursal, las cuentas se llevaban a mano. En la ventanilla, que era mi puesto, tenía unas hojas para apuntar entradas y salidas, haber y debe del Banco. Así que el trámite normal era que quien quería sacar dinero iba al interventor, éste apuntaba en el ordenador la operación y comprobaba que tenía saldo, lo autorizaba y yo lo pagaba tras anotar importe y cuenta, aunque pronto aprendí que lo iba a tener que hacer todo, incluso poner la "cartilla al día", operación que consistía en anotar en la libreta de ahorro las operaciones que faltaran, pero había que ponerlas con la máquina de escribir, un artilugio tan imprescindible entonces que había al menos una por empleado. Pero esto era lo más, pues hasta hacía muy poco, las cuentas se llevaban a mano en grandes libros y sólo había una especie de impresora de tinta donde anotar las operaciones de los clientes sobre tarjetones, de hecho, la oportuna máquina estaba en el almacén aún pero sin uso ya y las tarjetas impresas, almacenadas en cajas y bolsas a la espera de su retirada.

Era curioso, el único ordenador tenía la pantalla negra y el "prompt" verde parpadeante, luego fue blanco. Había una serie de comandos anotados en un listado junto al aparato. Éste se conectaba a la red y a un servidor que era como una caja de zapatos y que se apagaba en una tecla cada noche, hasta que se instauró que no se apagara para poder trabajar en remoto los servicios centrales e incorporar nuevas funcionalidades al uso diario, la informática estaba desarrollándose a buen ritmo. Ese uso tan básico fue mi aliado cuando se produjo una de las famosas Huelgas Generales de esos años, como no podía participar activamente en el paro pues mi contrato de 6 meses renovables podía ser revocado, boicoteé el servicio por el sencillo método de darle al interruptor del Servidor que, como lo tenía por detrás, nadie se dio cuenta, hasta que a última hora "fui bueno" y lo conecté para poder realizar las operaciones de cuadre y salir a nuestra hora ("situación cuadrada *" y nos podíamos ir). Por suerte, ese día además, casi el cien por cien del pueblo secundó la Huelga y apenas nadie requirió de nuestros servicios, la Huelga fue un éxito y el Gobierno se vio en la tesitura de tener que aprobar diferentes mejoras sociales.

Para entonces ya había vuelto el director titular y el bueno de don Juan regresado a su despacho de Sevilla. El titular era un gilipollas integral, un botarate creído y presuntuoso que se pensaba que era director de Banco de una gran capital, de una gran población, que en aquellos tiempos estaban muy valorados socialmente. Los clientes se reían de él, no en su cara claro, por su forma de vestir que era imitando a un señorito "del pan pringao", por su forma de hablar que pretendía ser "fina", en fin, que la gente trabajadora y sencilla del pueblo le tenía tomada la medida. Guardo tristes anécdotas sobre él. Un día hablando de aficiones, le comenté que la lectura para mi era algo importantísimo, de teatro o sobre historia de España, autores actuales, en fin, una amplia gama, y entonces me dijo que a él le gustaría mucho coger el "vicio de leer" y no se le ocurrió mejor cosa que hacerme quedar con él por la tarde e irnos a Sevilla a una libraría que él eligió (yo aún no conocía la ciudad, era Damas, ahora sí la conozco) para que le recomendara qué leer. Claro, esto es muy difícil cuando no sabes qué inquietudes tiene el gorgojo. El interventor se reía de él también porque a fin de cuentas, el interventor sólo se leía algunas circulares y por obligación, aparte sólo le gustaban las revistas porno que ocultaba celosamente por rincones de la oficina, y de ellas tan sólo las fotos.

Al final tuve serios problemas con el director porque se empeñaba en que fuera todas las tardes a trabajar, fuera de la jornada laboral admitida. El interventor discutió con él varias veces sobre el asunto. Quizá penséis que soy un petulante, pero la verdad es que a él que le gustaba "hablar fino" le tenía que molestar bastante que yo, madrileño, lo hiciera por naturaleza y no como él, que se esforzaba estúpidamente por ocultar el rico acento heredado, además, yo era más joven, más alto y más guapo que él. Entre eso y algún otro temita más, quiso mandar un informe negativo a Recursos Humanos (entonces se llamaba "Personal") para que no me renovaran el contrato y me despidieran, cosa ante la cual el Interventor agarró la valija (el sistema de comunicación de entonces) y se negó a que saliera si no era por encima de su cadáver. Jamás le perdoné.

Figuraos, desplazado de mi casa y ambiente más de 500 kilómetros para intentar hacer carrera en una empresa, el Banco Central, donde había aprobado unas oposiciones, aguantando el cambio de clima, mentalidad, en una pensión paupérrima, peleando para que me renovaran cada 6 meses un contrato de trabajo y quedarme fijo, cuando en esos tiempos era algo importante... Llamé a un delegado sindical, de UGT, que vino a hablar con él. Tras dos horas encerrados en el despacho salió blanco de piel, no volví a tener ni un más ni un memos, ni tuve que volver ninguna tarde salvo alguna excepción por acumulación de tareas y que asumí como parte de mi formación, pues hacía cosas de nivel superior, no como ocurría antes, que la mayoría de las veces que iba o del tiempo que empleaba eran para no hacer nada o charlar simplemente, interpreto que se aburría en casa o que su mujer le largaba por no aguantarle "las pamplinas", como decía mi Interventor, por cierto, una mujer inteligente, amable, comprensiva que no sabría decir cómo se unió a un pollo sin plumas como aquél. En aquellas tardes sí aprendí algo, a veces conviene callarse, sonreír y hacer lo justo para no tener problemas, pues un tonto te puede amargar una vida, como me hubiera ocurrido si ese "informe" hubiese salido de la Oficina, tal vez hoy no estuviera contando mis anécdotas como bancario. A veces conviene callar y esperar la oportunidad.

El choque de culturas también lo sufrí por diferencias en el idioma pues, aunque no lo parezca, hay gente en el sur que habla de una forma muy cerrada y ¿por qué no decirlo? "un niño fino de Madrid" no es capaz de captar ciertos matices. Guardo una triste anécdota con una cliente. No la entendí bien lo que me pedía y la pobre se fue disgustada, por mi parte había considerado imposible lo que pretendía que era sellar un documento, ella insistía y yo me cerraba, los dos nos enfadamos pero como me habían dejado solo en la Sucursal (cosa que se convirtió en costumbre con demasiada asiduidad) tenía que decidir con mi corto entendimiento, más que de funciones bancarias, de costumbres del lugar. Al rato de irse llegó un señor muy mal encarado que comenzó a gritarme porque su cuñada había llegado a casa llorando con lo que le había dicho "el muchachito" (sin desprecio, esa era la forma de llamarme) del Banco. Al final lo solucionó el Interventor, que ya he dicho que era natural del pueblo y sabía de qué iba el tema. Todo quedó en nada, hubo disculpas por ambas partes y yo aprendí que de nada vale empeñarse aunque se tenga la razón, es mejor aplicar el sentido común y en este caso hubiera sido remitir a la señora al Interventor con cualquier pretexto, como que yo no estaba autorizado a hacerlo, como era verdad, pero me pudo mi deseo de ir tomando decisiones para valorizar mi carrera profesional y casi me pongo un tapón en ella.

A pesar de todo ello, he de decir que me integré en la vida del pueblo, conocí a mucha gente, salía con una pequeña pandilla que me acogieron con generosidad, estilo andaluz, que es abierto y generoso, pero no tonto ¿eh? que hay quien lo confunde. Era un pueblo de gente honrada y muy trabajadora, que se levantaba con el sol y disfrutaba de sus tradiciones. Siempre hay alguna oveja descarriada, pero no son significativas en absoluto. Aprendí mucho esos primeros años, sobre todo a quitarme los mitos que circulaban sobre Andalucía y sus habitantes: nadie deja de trabajar si no le queda más remedio, de una u otra forma, la gente se busca el sustento. Aprendí que aún quedaban señoritos, conocí a uno auténtico que imponía su voluntad a quien quería trabajar y como entre cargos y tierras figuraba en todos lados,  la gente tenía que bailarle el agua si quería llevar un jornal a su casa; le conocí personalmente pues cuando él entraba en una de las ocho entidades bancarias que había en el pueblo, se convertía en el centro de atención, para tanto daban sus millones, y para poco más pues ya os podéis figurar que era ultra católico (salvo cuando perseguía a las muchachas que prestaban servicio en su propio hogar) y un nostálgico del viejo régimen dictatorial, que era el carácter que él aplicaba a sus empresas y negocios. Personalmente no tengo nada que achacarle, a los pocos meses falleció, pero lo que me contaron de él y su actitud respecto a la gente del pueblo, junto con otras historias que conocería más adelante, me hizo comprender cuál había sido el drama social de Andalucía durante tantos siglos, generaciones de jornaleros hambrientos e incultos como los habían mantenido los terratenientes, hijos de hijos de los que acumularon tierras y bienes ajenos.

Villafranco del Guadalquivir era una población de las que se crearon durante la dictadura de Franco en plan reforma agraria que el propio régimen impulsó. Llamado "el puntal" como lugar geográfico, pertenecía a La Puebla del Río como entidad municipal y era uno más de los diferentes poblados que esa expansión había creado, aunque los primeros asentamientos datan del inicio de los años 30 del siglo pasado cuando una Compañía que se ocupó de "la isla" trajo el cultivo del arroz y a los primeros arroceros, hasta entonces sólo había algo de ganadería en "las tierras altas", o sea, las que estaban por encima del nivel inundable o inundado. Cuando yo llegué aún existían las poblaciones de Alfonso XIII, Queipo de Llano y Reina Victoria, ésta ya prácticamente abandonada. Desde la Puebla se abrían los arrozales que dibuja el amplio delta del Guadalquivir y bordean y protegen al Parque del Coto de Doñana y alimentan a las aves que allí anidan. Tras la independencia de la Puebla, se constituyó la Entidad Local Menor de Isla Mayor y al poco como municipio independiente, en ese tiempo estuve por allí y asistí a alguna manifestación con este fin por solidaridad con la gente con la que convivía. También conocí el principio de la debacle empresarial, Villafranco era el mayor productor de arroz de Europa pero hacia 1995 una gran sequía casi acaba con él, la gente se marchaba en busca de trabajo, los pequeños propietarios que habían venido años atrás desde Valencia para promover este cultivo, hipotecaban y perdían sus tierras y las entidades bancarias abandonaban el lugar con pérdidas contables. Otras empresas mayores se acabaron quedando con el negocio y al final todo acabó en una multinacional de capital italiano. De 8 bancos y cajas, se quedaron la mitad.

Después de vivir en la pensión, me trasladé a vivir a una habitación en un piso de alquiler donde ya vivía el interventor del Banco Santander de la plaza, un muchacho joven de mi edad más o menos con el que no pude hacer amistad porque casi nunca estaba en casa y a veces tampoco en el Banco, de hecho el director vino a buscarme varias veces porque no daba señales de vida y estaba solo en la Sucursal, pero jamás sabía yo dónde estaba. Me compré una televisión pequeña por cuarenta mil pesetas que pague la mitad de entrada y el resto en dos plazos de diez mil pesetas cada uno en los dos meses sucesivos. Y un radiador para el invierno, que hacía frío aunque no os lo creáis. El piso estaba tan mal que alguna noche me tuve que quitar alguna cucaracha de encima. En la época de calor había mosquitos de todos los tamaños, podías ver alguna culebra y ratas enormes que vivían de comer arroz y cangrejos que habitaban los canales que rodeaban los arrozales. Pero los atardeceres eran preciosos. Y la playa la tenía a una hora escasa, aprendí a moverme por los caminos de tierra entre los arrozales y llegar hasta El Rocío, la famosa aldea que precede a la plaza de Matalascañas, esquivando las caravanas de coches.

Solía tomar café siempre en el mismo bar, cerca de la Sucursal que atendía una familia con dos hijos de mi edad aproximadamente, me invitaron a salir con ellos. La familia además comprendía la madre y una hija que atendían la cocina, el padre, que ya sólo mandaba, y un hijo más pequeño "como sorpresa" de última hora. Gente buena y sana, béticos además que me inculcaron su pasión futbolera. Luego comía en otro bar familiar donde me aportaron también una muchacha que limpiara mi pequeño piso; al principio era la abuela la que venía, encantadora y trabajadora, más joven de lo que podría pensarse al llamarla abuela, pero en seguida me mandó a su nieta... supe que un joven empleado de banca ofrecía más garantías que un joven jornalero, ese era el pensamiento oculto de la abuela al mandarme a su joven y guapa nieta, sin duda, pero yo tenía mi novia en Madrid. Mis amigos recién conocidos me invitaron a salir como he dicho, pero lo hacían tras cerrar el bar, así que nunca antes de las 11 quedamos. Un día me dijeron que iban con otros dos chavales de nuestra quinta a Sevilla por la noche a "tomar algo", me apunté sin dudarlo. El que ponía el coche se casaba a la semana siguiente, entendí que esto era una especie de despedida, supuse que iríamos a una discoteca o algo así, es lo que se llevaba entonces. Pero no, el muchacho nos lo dijo, se iba de "putas" porque había ciertas cosas que con su novia no pensaba hacer. Mi montaña de ideales y de creencias saltaron por los aires, porque además el muchacho me pareció un tipo majo ¡qué fraude! Al final los que no queríamos ese plan nos fuimos a un bar "normal" a tomar algunas cervezas mientras el "novio putero" y otro más se metían en algún portal de la Alameda de Hércules, quien sea de Sevilla y haya conocido esos tiempos, sabe que en esa zona había un poco de todo, incluso amenas terrazas para que las familias disfrutaran del fresco nocturno, pues eso hicimos. Y cuando acabaron nos dijeron que había que volverse al pueblo porque no querían trasnochar, a fin de cuentas se trataba de un chico de una de las mejores familias del pueblo, jamás lo volví a ver. Otra lección más, en todos lados cuecen habas y hay que saber muy bien con quién se junta uno.

Con la asistencia de mi suegro me compré en Madrid mi primer coche, un Renault 5 Supercinco de color blanco. Ya tenía independencia para ir y venir. El primer viaje de ida lo hice con mi hermano como guardián, tardamos unas diez horas, no había autovía y además yo era novato. Pero una vez allí, mi hermano se volvió al día siguiente y yo obtuve independencia para hacer algunas excursiones a la playa, Aracena, Sevilla, etc. Así que un día que me invitaron a la Feria de Abril, yo pondría el coche, pero antes pregunté "¿quién va?", ya había aprendido por lo que os he contado antes. La experiencia me sirvió para saber que en la Feria de Sevilla o tienes caseta o no vayas si no es a pasear solamente, sin embargo, una pandilla joven y con ganas de bailar, cantar y pasarlo bien, siempre encuentra un sitio dónde acoplarse aunque sea a empujones y con muchos sudores. Mejor fue el día que alguien propuso hacer una barbacoa en una finca de la familia de uno de ellos, nos lo pasamos genial, ahí estuvo hasta mi novia que había venido unos días de sus vacaciones a pasarlos al pueblo. O el día que hicimos una cenita privada en el bar de mis amigos, donde su padre nos guisó un conejo de campo a puerta cerrada, con vino y cerveza ¡fue genial!

Un día mi Interventor iba a revisar la casita que tenía en la playa de Matalascañas, así que aprovechando que mi novia estaba pasando unos días conmigo, nos fuimos con él en su coche para que ella conociera El Rocío, que pillaba de camino, donde yo ya había estado alguna otra vez. Fue allí donde decidimos que debíamos tomar una decisión que no pasaba por otra que separarnos o vivir juntos. Entonces se llevaba lo de casarse, nuestras familias respectivas no hubieran entendido otra cosa y nosotros tampoco lo pensábamos. Así que tomamos la iniciativa, se lo dije a los míos por teléfono (desde una cabina) y mi padre me contestó "¿no sois demasiado jóvenes?" andaba yo por los 27 años ¡qué humor! La boda sería en Madrid, un sábado, cogí el viernes libre aunque al estúpido de mi director le hubiera gustado más que no cogiera ni un sólo día, pero mi Interventor se empeñó en ese buen regalo. Un mes o dos antes y con la ayuda de mis padres, conseguí una casa en Coria del Río pues no quería vivir en el pueblo por la falta de alternativas para una pareja proveniente de Madrid, dos habitaciones, cocina, baño, patio, azotea y un gran salón donde me fui a vivir para no pagar dos alquileres. Mis padres se hospedaban en Villafranco pero por la mañana se cogían el autobús y se iban a la casa para adecuarla. La montamos de una forma sencilla, barata y práctica.

Durante un tiempo estuve haciendo este trayecto, pero también, aprovechando que yo vivía en Coria del Río, el Banco me mandaba algunos días quedarme en la Sucursal del pueblo pues faltaba personal. La oficina era mucho más grande, había unos 8 empleados en total, todos hombres y de una edad media bastante distante de la mía, con lo cual, hacía bajar dicha media. No he dicho que aún en los Bancos existía un mostrador que separaba a los clientes de la zona de trabajo. El llamado director de Zona coordinaba varias áreas geográficas dentro de cada provincia, en Sevilla el que me correspondía a mi, coincidencias de la vida, era un madrileño el cual resultó que procedía de un barrio cercano al mío de Madrid y que tenía un chalet en el pueblo de Ávila de donde era mi familia: padres, abuelos, tíos, primos... No sé si fue por eso o por otra razón, que me propuso un ascenso a cambio de quedarme fijo, pero sería en una oficina, como Interventor, a la que nadie quería ir: El Palmar de Troya. No es que fuera mal lugar o un sitio desagradable, es que estaba aislada y lejos de la capital, y el sueldo de Interventor de una oficina así era casi el mismo que el de un empleado, así que resultaba difícil encontrar candidatos, claro que como yo estaba de contrato eventual y era joven, resultaba evidente mi posible interés ¿o no? Hay quien pensó que iniciaba de esta forma una carrera fulgurante, a los dos años de entrar a trabajar ya ascendía ¿hasta dónde iba a llegar?

Lo veremos en el siguiente capítulo.


@ 2002 by Santiago Navas Fernández.


P.D.- guardo fotos en papel de aquellos tiempos, hechas con aquellas cámaras "de rollo". La que pongo aquí corresponde a una postal, pero es de esos tiempos o poco posterior, la oficina de mi Banco estaba en ese edificio, pero por el otro lado, que era el centro de la población más o menos.


Ver Capítulo I pulsando aquí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario