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jueves, 5 de marzo de 2020

MARIA



Ayer fuimos a ver a María. Estaba dormida. La tienen así, dormida. 

La madre no nos habló, no podía, sólo lloraba. Su padre nos agradeció la visita, pero nos advirtió que María no podía oírnos, ni vernos. Estará así un tiempo, no saben cuánto.

Su primo nos contó algo más. Los médicos dicen que es posible que María se despierte de vez en cuando, pero no será consciente, ellos seguirán su caso, podrían controlar cuando duerme y cuando se despierta, pero de momento no intervendrán. Su primo nos ha mirado, él sabe. Ángel no ha venido, sabe que no puede, que no debe venir, aunque no haya sido culpa suya.

Luego nos hemos marchado y hemos hablado de cómo ocurrió todo. Hace una semana estábamos de excursión, los seis. A Ángel le gustaba María, a ella no le gustaba él, pero no le caía mal. Eso lo sabíamos, lo que no sabíamos es qué era una fobia y tampoco que María sufría una respecto de las arañas. Nos lo contó luego su primo. Alguien sacó una de pega, de esas que se utilizan para gastar bromas, y la puso sobre la mesa. Las chicas gritaron, los chicos nos reímos haciéndonos los hombrecitos. El juguete fue rodando de plato en plato entre la algarabía de todos ¿de todos? no, María estaba quieta, con los ojos muy abiertos, sin decir ni hacer nada, petrificada. Su primo lo gritó: le daban pánico las arañas, pero Ángel quiso hacer la gracia y se la echó encima de la camisa. La cara de María cambió, era horrible, comenzó a sudar, a ahogarse, se puso blanca... El primo la quitó de un manotazo y la arrojó al fuego. María volvió poco a poco en sí.



Las chicas se enfadaron mucho con Ángel y se llevaron a María, que iba recuperando el color en su cara poco a poco. Todos le recriminamos lo que había hecho, pero él se disculpó, no sabía, no creyó…

Al rato volvieron las chicas y lo primero que advirtieron es que se habían acabado las bromas de ese tipo. María estaba bien, sonreía y casi pidió perdón por su comportamiento “es que desde pequeñita las tengo pánico”. Es algo sicológico, quiso explicar César, que ya estaba en primero de carrera y se sentía obligado a hablar. Así era una fobia, una obsesión, pero era su obsesión y era peligrosa. Podía reaccionar negativamente, podía tener problemas de ansiedad muy graves. Era algo más que un juego. 

Ángel no lo sabía. Pidió perdón de nuevo, María le restó importancia.

Luego todos nos fuimos a acostar y al día siguiente regresamos a casa.

Pasó un día, lunes, pasó el martes, el miércoles, el jueves por la tarde hablamos los chicos de salir el sábado. Alguien llamó a las chicas. Todas respondieron salvo María. Su primo había faltado a clase desde el miércoles. Alguien le llamó para invitarle y preguntar por María, seguro que fue Isabelita, le gustaba el primo.

María estaba en el hospital. Al día siguiente de volver del campo se había notado un grano en la mejilla, nada en particular. Supuso que sería una espinilla, así que no se la quiso explotar para que no le dejara marca. Durante todo el día se rascó de vez en cuando, tenía un puntito rojo. Le pidió a su madre no ir al instituto, le daba vergüenza. Su madre se lo permitió. Al siguiente día el grano era más vistoso, gordo y colorado. Al siguiente día era redondo y negruzco, tenía un aspecto deplorable. Y al amanecer del siguiente se le reventó. No se había levantado aún cuando sintió como un hilillo que le corría por la mejilla, supuso que sería el líquido que escapaba del grano, que por fin habría reventado, así que se levantó y fue al baño, al espejo, para vérselo y secarlo…

Una miríada de arañitas, con sus largas y finas patas sobre un puntito negro, salían del enorme poro abierto en su cara y se deslizaban cuello abajo. Sus ojos se desorbitaron y María emitió un aullido de apenas unos segundos, pero que erizó la piel de su madre, que la oyó desde la habitación al otro lado del pasillo. Todos los gatos del barrio maullaron y todos los perros aullaron. María se lo hizo encima y cayó desmayada con la cara desfiguraba en una horrible mueca de terror.

@ by  Santiago Navas Fernández

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