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lunes, 23 de diciembre de 2019

7 CUENTOS DE BARRIO EN NAVIDAD




MARIA ASCENSIÓN

- Muchos días ya hace que no viene.

- Es raro, sí. ¿no se habrá ido a pasar las fiestas con alguien?

- Que yo sepa no tiene familia

- Siempre hay alguien, en un pueblo, unos sobrinos…

- Pues no sé ….



María Ascensión fue descubierta por la brigada policial a mediados de enero. El sábado 18 de diciembre anterior, se había resbalado en su domicilio y al caer se había hecho una brecha en la cabeza que la dejó sin sentido, por lo que tuvo una muerte dulce, ni se enteró, según determina el forense. No existe la menor duda de que fue accidental.

Preguntando en el barrio a vecinos y comerciantes, casi nadie la conocía por su nombre, pero por la descripción enseguida la localizaron. María Ascensión vivía sola, había sufrido una parálisis consecuencia de un ictus y tenía problemas para desplazarse, lo cual hacía muy despacio, también tenía serias dificultades para hablar, por lo que se relacionaba poco o nada, aunque era habitual verla caminar a su paso lento diariamente.

Tenía costumbres muy concretas: por la mañana hacía pequeñas compras, no podía cargar con mucho, y luego iba al mismo bar de siempre a tomar “el aperitivo”, un par de cañas de pie, sin querer sentarse, por su dificultad. Luego volvía a casa y ya no se la volvía a ver hasta el día siguiente. Se supone que, con su impedimento, hacía las tareas personales y del hogar con lentitud, pero sola, no se le conocía servicio doméstico ni asistencia de ningún tipo. Se constata que tenía una paga por dicha invalidez, no importante, pero suficiente para ella sola.

Un viejo vecino nos asegura que hace muchos años, vivió con un hombre, pero que un buen día desapareció y ella dijo que se había marchado porque no se llevaban bien. A los tres meses sufrió el ictus.

El entierro se ha efectuado en completa soledad y se ha sufragado con la póliza que tenía al efecto. De sus bienes, han quedado en el Juzgado a la espera de que alguien los reclame.


LA VIEJA DE LOS GATOS

En esa parte de la gran ciudad donde hubo un pueblo y campo antes que asfalto y pisos con un jardincito delante, en el mejor de los casos, aún se levanta sin complejos, entre dos edificios de diez plantas cada uno, lo que fue una casa de campo de alguien que una vez hizo dinero. Y que luego la heredó su hija pequeña, que no tuvo suerte la pobre, no por fea, si no por hermosa. El hermano mayor fue de los que se marcharon a Alemania, aunque al final recaló en Holanda, donde ya se ha hecho anciano. La hermana de en medio de ambos, se casó con un buen muchacho, tuvieron seis hijos y viven en alguna urbanización del extrarradio de Madrid, disfrutando de un lujoso retiro; seguramente a estas fechas se encuentren enfrascados en preparar la noche de Navidad para todos sus hijos, sus respectivas y nietos, salvo uno, que es sacerdote y no vendrá, ese día es crucial para él y su sagrada misión.

La hermana pequeña, que en el barrio conocen por la vieja de los gatos, pasará esa noche como todas las demás, rodeada de Guillem, Boniato, Nieve, Paloma, Audrey y Gato, sus mascotas felinas, a las que dará un menú especial por ser Nochebuena. Vagamente recordará las reuniones familiares que había en esa misma casa cuando vivían sus padres y las echará de menos, como echará de menos a sus hermanos, que ni la llamarán, aunque ella tampoco a ellos. ¡Hace tanto tiempo que ni se ven ni saben nada los unos de los otros! el que está en Holanda porque está lejos y la que está cerca porque se avergüenza de esa casa que huele “a pises”. Hace muchos años que estuvo y se fue con su cachemir invadido de pelos, no volverá.

Fue cuando salió la sentencia judicial donde se decía que podía quedarse a vivir en la vieja casa familiar porque no tenía dónde ir. Y que le correspondía la renta que había determinado el padre en la herencia. Ni el de Holanda ni la de aquí, comprendieron ni aceptaron la decisión del progenitor de dejarle la vida resuelta a la pequeña, tan mona, que podía haber buscado un buen partido para casarse. Ni siquiera se preguntaron por qué lo hizo y sin embargo el padre, perfectamente consciente de cómo eran su hijo e hijas, así lo sentenció, por algo sería.

Los gatos no cantan villancicos, pero a su forma, esa noche será especial para ellos y su cuidadora, la vieja de los gatos, en la vieja y destartalada casa familiar, donde volverán a habitar los fantasmas de los que se ausentaron y bailarán ante sus ojos en una fiesta como la que era habitual por estas fechas. Y sólo volverán a través de esa cuarta dimensión que ciertos animales y pocos humanos, como ella, logran ver.


ANDRES, EL CURA

Esta noche y mañana son jornadas intensas para un sacerdote, hay que preparar muchas cosas, como todos los años, pero cada uno es distinto. Esta noche todo el mundo se reúne en familia, pero él no puede, porque su familia está muy lejos y él no es un trabajador como para pedir un día libre. No, este día es especial. Y tiene donde pasarlo, claro, muchas familias de feligreses le han invitado a cenar y sabe que son invitaciones sinceras, generosas, que será uno más a la mesa, pero no. Esta noche es especial, así que irá a la residencia de ancianos sacerdotes y cenará allí, todos celebrarán con “sus mayores” esta noche tan especial y a las diez se volverá a la Parroquia para revisar los últimos ajustes para la Misa del Gallo.

El monaguillo que le auxilia tiene 52 años el hombre, cenará con una hija que vive cerca, pero le ha prometido que a las 11,30 como muy tarde, estará ahí. Intentará traerse a su hija, a su yerno y a los nietos, pero “ya sabe usted, padre, cómo son los jóvenes hoy en día y la verdad es que mi yerno no ayuda en eso; quizá mi hija…”, “no te apures hombre, la sociedad ha cambiado y quizá sea para bien, pero nosotros estamos cada vez más solos”. Y Andrés, el cura, reflexiona sobre ello.

Y eso le recuerda el sermón que va a dar esa noche y el día de Navidad. Ya están muy trillados, no hace falta ingeniarse mucho, pues el acontecimiento pide hablar del momento del Santo Nacimiento y los componentes del Belén, pero dado cómo está el tema político, se ve tentado de comparar con las circunstancias actuales. Él fue discípulo de la Teología de la Liberación, pero desde hace mucho tiempo tuvo que abandonar sus proclamas, domesticarlas, para no ser amonestado continuamente, o incluso apartado. Pero esta Navidad se siente inclinado a hablar claro, sabe que entre sus feligreses los hay de todos los tipos y colores, sabe que en el Obispado se acabarán enterando y le llamarán al orden o le trasladarán a algún destino muy alejado.

En realidad, no le importa. “Jesús nació pobre, en un refugio donde pudieron alojarse sus padres. El Imperio que invadió a sangre y fuego los territorios de sus ancestros, decidió hacer un censo de habitantes y a sus padres no les quedó más remedio que viajar a su pueblo natal, a pesar de que María estaba a punto de parir. Casi se puede comparar con el pueblo inmigrante, con los refugiados que huyen de la guerra o que son sometidos por la fuerza militar. Jesús, sin ser nacionalista, nunca reconoció a los invasores romanos como gobernantes suyos, ni a la Iglesia amancebada que constituía el Sanedrín. Por eso Jesús en sus sermones habló de proteger a los inmigrantes, de igualdad, e incluso acogió entre sus discípulos a algunas mujeres, sin distinción.” Andrés no se atrevía a hablar de estos valores, de las bienaventuranzas, de la samaritana, de “las magdalenas” que recorrieron la vida del hijo de Dios, aunque la historia concentró todo en una sola, y, sin embargo, tenía muchas ganas de hacerlo, de gritar que cuando Jesús habla de Amor, no solo es del Amor a quien nos ama, que ese es muy fácil, es Amor contra quien no lo espera o no nos lo concede. Que cuando hablamos de los que sufren, no somos nosotros mismos ante el espejo, sino el emigrante en patera, la familia o el anciano que expulsan de su domicilio porque un fondo buitre ha comprado su vivienda a una administración corrupta. Que cuando dice “fui extranjero y me acogisteis” nos lo está diciendo quien seguramente era de piel oscura, con barbas y viajaba con lo puesto, piojos y una túnica harapienta y no una sábana impoluta y perfumada, como lo representan en muchas imágenes para beneplácito de los poderosos. Que cuando le pegó la oreja que Pedro cortó en el Huerto de los Olivos al soldado que iba a detenerle, lo hizo para demostrar que la violencia no era su misión. Que… ¡eran tantas cosas las que callaba y quería decir! Que una vez más dio un grito y se echó a llorar amargamente sobre su cama individual de la habitación donde cada noche y muchos días, masticaba su amargura.


RABITOS DE PASAS

“¿Pues no va y me dice que me tome rabitos de pasas, que son buenos para la memoria? La muy… Como si yo tuviera problemas de memoria ¡anda que ya la vale! Y todo porque le fui a contar lo de la tele; sí, ya sé que no sabía muy bien lo que era, que comencé diciendo que habían dicho en el telediario algo de un hombre que no sé bien qué había hecho, pero que se había tirado por un balcón, el caso es que su mujer había aparecido muerta en el piso ¡fíjate! Y va y me pregunta qué dónde ha sido ¡pues no me acuerdo! Y me responde ella que ¡vaya, que para eso mejor no contaba nada! Pues Señor ¿qué le voy a hacer yo si no me acuerdo dónde ha sido y por qué? Sé que lo dijeron, pero no me acuerdo. ¡Rabitos de pasas! No voy a negar que a veces se me olvidan cosas, pero vamos, que tonta no soy, como me quiere poner la Petra. Que me acuerdo de mis padres, de mis hermanos, de mi pobre Anselmo que en paz descanse y de nuestros hijos, pero vamos, que no creo yo que sea tan grave que no me acuerde, por ejemplo, de lo que comí ayer ¿O es que esta se cree que estoy demente? Pues no, un despiste lo tiene cualquiera, como cuando se me incendió el aceite guisando, pues que me llamaron por teléfono y estuve hablando con mi nieto y se me fue el santo al cielo, ya se que podía haber pasado cualquier cosa, pero no pasó. ¡Rabitos de pasas, anda y que se los tome ella que sí está gagá! El otro día la veo por la calle y me la quedo mirando “Petra ¿dónde vas?”, a por el pan me dice y ya le dije yo “¿y por qué llevas una media sí y la otra no?”, “porque sólo encontré una” ¡no te amola la señora! ¡vaya un aljar! Pero luego la loca soy yo, que sé que lo va diciendo por ahí, que el otro día en la carnecería estaban hablando dos mujeres y por lo que dijeron, hablaban de mi, porque estaban contando lo de la sartén ardiendo y eso lo conocía bien la Petra, además, yo creo que a una de las dos la había visto más de una vez con ella por la calle, así que ¡blanco y en botella! ¡Rabitos de pasas! Y un rabo de boina para ella, que es más cateta que un garrote de alcornoque, que llevará muchos años en Madrid, pero Madrid no ha entrado aún en ella, que sigue igual que el día que llegó del pueblo, bruta y mal educada, bueno, que no digo yo que todo el que viene del pueblo es un animal sin educación, no, que mi Anselmo también era de un pueblo de Ávila y no he visto yo hombre tan comedido y dulce como él, por eso me casé, que si no… porque guapo, guapo, no era, pero un ángel sí, eso sí, muy cariñoso, muy familiar… pobre como una sotana raída, pero honrado, que es lo importante, ya me lo decía mi madre que en paz descanse “pobre pero honrao”. ¡Rabitos de pasas a mi! Como si yo no supiera qué hacer en cada momento… bueno, algunas veces sí, como ahora, tiene gracia, que no sé qué estaba haciendo ni qué tengo que hacer, vaya, lo mismo sí debía tomar algún rabito de vez en cuando. ¡Bah!, son cosas propias de la edad, ya una no está como cuando era joven y, además que…, claro, con estas cosas de la vecindad, pierde una el norte ¡y las fechas que son! Navidad y con tanto que preparar, que el 25 viene la niña con su marido y los gemelos ¡puf! Eso era, tengo que ir a reservar unos “bisteses”, que luego se acaban ¡ay, Dios mío! Y yo aquí, parada, como si nada. Ahora mismo me arreglo y ¡ale! a la calle a pegar brincos de un lado a otro, que se me echa el tiempo encima…


NOCHEBUENA EN CASA DE LOS GARCIA

- ¿Te acuerdas del cuento de “la antena del diablo”? Me lo contabas cuando era pequeño.

El padre mueve los párpados y mira a su hijo, hay que interpretar una sonrisa en ese ligero movimiento. Al pobre no le da para más. Acostado, sosegado, siente en sus manos el peso de las maletas, listas para el último viaje hacia la luz. Está feliz, sabe que allí le espera su esposa, cuarenta años juntos, con sus más y sus menos, diez años separados porque ella se marchó antes; también sus padres, hermanos, hermanas, primos, el pueblo y sus vecinos… Solo siente no haberse ido antes como esperaban los doctores, a pesar de lo cual sabe que no llegará a cerrar el año. La familia García se ha juntado hoy para cenar, quizá por última vez, en un esfuerzo por reunirlos a todos. Luego los nietos se han marchado, son jóvenes y tienen derecho a divertirse. La casa ha quedado en un silencio expectante. Angélica se ha tenido que marchar por que su marido quería pasar por casa de los padres de él, ellos sí están bien, gracias a Dios, “llámame para cualquier cosa” le ha dicho, ya sabe.

- Abuelo, ahora es su hijo el que debe contárselo. Hazlo Pablo -le anima su mujer, sentada al otro lado de la cama donde reposa el agotado cuerpo del anciano. Ese cuento se lo inventó él. Y se lo contaba muchas veces a Pablito, aunque cada vez cambiaba o añadía algo.

- Érase que se era un inventor que inventó, valga la redundancia, “la antena del diablo”. Era un hombre muy muy listo que vivía solo y no hablaba con nadie porque era muy muy tímido, pero tenía curiosidad por saber de qué hablaba la gente. Así que una tarde se puso a pensar y tras hacer muchos cálculos matemáticos y conectar cables y aparatos, consiguió una antena con la que llegaba a oír las voces de la gente de todo el mundo -y a partir de ahí el padre, iba desgranando una suerte de conversaciones según se le iban ocurriendo. Unas veces eran piratas tramando una aventura, otras veces los vecinos del bajo, o un Rey dando órdenes, o un General muy enfadado, incluso se inventó lo que hablaban los leones del Zoo.

Hace rato que el padre ya no abre los ojos, está más frío. La mujer de Pablo se levanta y va a su lado para abrazarle por detrás. Ambos dejan que las lágrimas pongan el punto y final al viejo cuento. Mala noche para avisar a un médico que certifique lo inevitable, para que vengan los sanitarios, para que los de la funeraria acudan. Mala noche para avisar a la familia y amigos, casi mejor dejarlo para mañana, pero por la tarde. El entierro seguro que tendrán que dejarlo para ya pasado el festivo.

Angélica llega incluso antes que el médico, entra envuelta en un mar de lágrimas, agarrada por su marido que da un inocente traspiés. 


LA SEÑORA LOLA

¡La señora Lola, qué gran mujer! La señora Lola, como siempre tan atenta, esa tarde ejerció de abuela y les ha dado el aguinaldo a los dos hermanos, los hijos de María y Pablo, pobrecitos, casi es lo único que recibirán (a sus padres apenas les llega para una cena normal, no han tenido suerte en su emigración al gran Madrid), y luego le ha pasado a María algo de turrón, unos mantecados de Estepa y algunos dulces típicos, por los niños, con el pretexto de que ha comprado demasiados porque iban a venir unos sobrinos a visitarla, pero luego han llamado que no podían y ella no debe comer tanto, por el azúcar, ya sabe María lo que le sube. En casa de María y Pablo no habrá langostinos ni gambas esa noche, pero habrá unos filetes de calidad bastante aceptable que el carnicero del barrio, que la conoce (y a la señora Lola también), le ha vendido a precio de enero y no de diciembre, porque sabe cómo están de dinero y, además, Lola se ha ofrecido a pagar la diferencia, cosa que el carnicero no ha aceptado. Así es el barrio, un poquito de pueblo y un mucho de solidaridad, con algunas gotas de cotilleo, que los dos puntos tiene.

La señora Lola cenará sola, como cada año, a pesar de que María le ha invitado a estar con ellos, quizá así Pablo se modere y tengan una cena tranquila. Pero no, ella prefiere tomarse su sopa, como mucho luego pasará a cantar un villancico con ellos y los peques, un ratito, y si María quiere, las dos vecinas con los niños de la mano, se irán a la Misa del Gallo, así salen y se contagian del buen ambiente, al menos se olvidarán de sus respectivas soledades por unas horitas.

¡La señora Lola, qué gran mujer!


EL BELEN

En la Parroquia de mi barrio montamos un Belén. Pusimos un soldado negro de los madelman, que alguien tenía, junto a una supernena y en medio de los dos, un muñeco que llamaban sugugus. Acompañando, el pony de pinypon y una vaquita de la granja de famobil. De ángel pusimos un supermán. Todos metidos en una caja de galletas María. Con unos botes de Fanta que alguien recortó y moldeó, hicimos un palmeral. Un poco de tierra que había en una obra cercana, y como si fueran llegando, añadimos más muñecos; luego aquello se desmadró un poco, pues la gente traía cosas de su casa que pensaba que quedarían bien y las fue colocando donde quiso. Más que la fidelidad a un canon, lo que importaba era reflejar la diversidad, como en la vida misma sucede. Y creo que lo conseguimos. Nos quedó muy chulo, pero por desgracia, nadie hizo fotos o si las hizo, no lo sé. Eran los tiempos en los que no había móviles ni selfis ¡una pena!





¡ FELIZ NAVIDAD !  ¡ FELIZ 2020 ! 
PARA TODOS LOS LECTORES, AMIGOS Y FAMILIA



@ by Santiago Navas Fernández

P.D.- Estas historias no son reales, aunque sí están basadas en hechos reales, en especial los personajes que se citan en el cuento de la señora Lola, que, sin existir físicamente, habitan todos ellos en mi mente y en un texto que algún día verán la luz. Como suele decirse, cualquier parecido con la realidad, es mera coincidencia.

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