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domingo, 27 de septiembre de 2020

LA GATA DE NEWTON Y EL DESCUBRIMIENTO DE LA LEY DE LA GRAVEDAD

 

 

El “Isra” levantó la cabeza del azadón, allí estaba su hermanastro otra vez, a la sombrita y con la gata sobre las piernas, acariciándola mientras miraba hacia un punto indeterminado,  como siempre, sin pegar un palo al agua, como siempre..., "¡qué harto estoy de ser el hermano mayor!". Y es que, como decía su abuela, Isaac había nacido cansado porque no llegó a completar los nueve meses de preparación antes de que su madre, recién enviudada, lo lanzase a la vida. Lo cierto es que siempre fue algo huraño y su relación con la gata fue la más consistente de su vida y eso que el animal se aburría hasta la saciedad con su amito.



 

Cuenta nuestro agente, el doctor Anacleto Matero, de la Academia de la Historia Jamás Demostrada, que el niño elaboró su primera Ley, sobre la Velocidad del Viento, observando las sábanas que la abuela tendía para secarse sobre una cuerda en la pradera, junto a la casa de campo donde vivían. La gata, que nunca lo abandonaba, fue testigo ocular, pero la propia abuela lo fue indirectamente, pues mientras lavaba los cacharros del desayuno, vio a través de la ventana de la cocina, cómo el joven Isaac corría al tiempo que se alzaban las sábanas impulsadas por el viento de un lado a otro. Por la noche, con la familia reunida alrededor de la chimenea, relató cómo, contando los segundos, calculaba la velocidad del viento, ahora debía construir un instrumento que, al pasar el viento por él, calculara de la misma forma, el tiempo que tardaba y convertirlo en metros por minuto. Su hermanastro miraba al abuelo, el abuelo a la abuela y la abuela a las otras dos hermanitas pequeñas rogando al cielo que no se contagiaran de la enfermedad de su hermanastro Isaac, ninguno de todos ellos dijo nada, pero a todos les daba pena ese niño, tan mono, tan callado, tan rubito…, pero sólo la gata maullaba al escucharle.

 

Isaac una vez, fabricó una cometa, con la intención de medir el viento en las alturas y compararlo con lo que ocurría en la superficie de la tierra, según cuenta don Anacleto. Harto de que se rieran de él, una noche se escapó sin ser visto y lanzó al vuelo cuatro cometas que tenía preparadas y escondidas. Tuvo mucho cuidado al incorporarlas una linterna de luz cuya llama no podía tocar el material de la cometa, por razones obvias, y cuando las puso a volar, se volvió a casa entrando igual que había salido. Se presentó en la cocina, donde estaba la familia al completo y, haciéndose el tonto, señaló las luces del cielo… ¡todos se acojonaron!, hasta los de la aldea cercana las vieron. El Reverendo y su mujer organizaron una "Salve" a la puerta de la Iglesia, para conjurar a las supuestas brujas que volaban cerca de su aldea, pues las luces se movían con la suave brisa que corría. 

 

En fin, una travesura que no se descubrió hasta que el propio Isaac lo confesó en sus memorias, las cuales no fueron editadas y el manuscrito estuvo perdido en un almacén hasta que nuestro querido investigador, el doctor Anacleto Matero, lo encontró y elaboró la verdadera teoría sobre cómo se descubrió la Ley de la Gravedad de Newton, la cual no existiría sin la decisiva presencia de la gata. Veamos por qué.

 

Estaba un día Isaac con unas hojas de papel y un lapicero, dibujando la Luna dando vueltas alrededor de la Tierra y a él mismo observando desde la superficie de ésta, y la gata lo miraba aburrida, como casi siempre, no era la primera vez que el niño observaba el cielo y hacía garabatos, pero esta vez los acompañaba de rayas y números, además, estaba dentro de casa y no por el campo; al menos por allí, podía correr y entretenerse persiguiendo mariposas, pero encerrada se aburría. Sentado en la cocina, la estancia más grande de la casa, en el suelo con la espalda reposando contra una de las gruesas patas de la enorme mesa, lo dejó la gata para ir a buscarse algo de comer, a la vuelta se subió a la mesa, desde donde veía la cabezota de su amito e intentaba tocarla alargando la pata desde arriba, pero ni caso.

 

Para entretenerse, la gata empujó suavemente con su zarpa, como hacen las grandes travesuras los felinos, una cuchara que había sobre la mesa, poco a poco la llevó hasta el borde del lado opuesto y la dejó caer por su peso, corrió al otro lado a ver la reacción de su amito, pero ni el ruido hizo desconcentrarse al muchacho. La gata se aburría tanto que se preguntaba porqué su amito no la hacía caso, así que volvió a la carga, empujó una manzana del frutero para que se cayera a su lado, pero tampoco hubo reacción. El pobre animal se estaba enfadando “¡ojalá la luna se cayera sobre su cabeza!”, debió pensar. Y según dejó escrito Isaac en sus memorias, esto le debió dar una idea pues la gata enojada empujó una nueva manzana, pero esta vez sobre su cabeza y se quedó esperando la reacción asomada al filo, con sus ojos curiosos abiertos como platos.

 

“¡Eureka!”, dijo el muchacho “...bueno, eureka no, que eso lo dijo Arquímedes" se corrigió "Mejor diré... Whats happend? ¡lo encontré!”

 

¿Por qué no se cae la Luna sobre la Tierra? ¿Por qué los planetas no chocan entre sí en la inmensidad del cielo? ¡esa era la explicación! "Mi gata sabe qué pasa por mi mente, qué me preocupa y, sobre todo, sabe mejor que yo qué ocurre en el cosmos." Así que, a pesar del chichón que le produjo (eran manzanas de las verdes para hacer la bebida espiritosa que todos sabemos), Newton pudo establecer su famosa Ley. Pero no crean que fue al día siguiente, según confiesa él mismo en el manuscrito aportado por nuestro agente Anacleto, aún tuvo la gata que seguir dándole pistas para que consiguiera llegar a sus conclusiones, tanto es así que tuvo que dejar de sentarse a los pies del manzano pues la gata iba a dejar sin frutos el árbol (por suerte no hay cocoteros por esas latitudes). Mientras, su hermanastro y el abuelo se molían a trabajar en el campo y la abuela a mantener la casa ayudada por las dos gemelas. Tanto es así, que el pobre Isaac cogió fama de vago, gamberro y algo retrasado hasta que, mucho tiempo después, cuando ya fue "alguien" y los viejos vecinos tuvieron que comerse sus desprecios, volvió luciendo títulos y cubierto de gloria científica.

 

“¡Ya sabía yo que tonto no era, algo escondía!” confesó la abuela en una entrevista concedida a la revista “Hello”, muy afamada por esos tiempos.




@ 2020, by Santiago Navas Fernández.

 

 

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