Ayer fuimos a ver a María. Estaba dormida. La tienen así, dormida.
La madre no nos habló, no podía, sólo lloraba. Su padre nos agradeció la visita, pero nos advirtió que María no podía oírnos, ni vernos. Estará así un tiempo, no saben cuánto.
Su primo nos contó algo más. Los médicos dicen que es posible que María se despierte de vez en cuando, pero no será consciente, ellos seguirán su caso, podrían controlar cuando duerme y cuando se despierta, pero de momento no intervendrán. Su primo nos ha mirado, él sabe. Ángel no ha venido, sabe que no puede, que no debe venir, aunque no haya sido culpa suya.
Luego nos hemos marchado y hemos hablado de cómo ocurrió todo. Hace una semana estábamos de excursión, los seis. A Ángel le gustaba María, a ella no le gustaba él, pero no le caía mal. Eso lo sabíamos, lo que no sabíamos es qué era una fobia y tampoco que María sufría una respecto de las arañas. Nos lo contó luego su primo. Alguien sacó una de pega, de esas que se utilizan para gastar bromas, y la puso sobre la mesa. Las chicas gritaron, los chicos nos reímos haciéndonos los hombrecitos. El juguete fue rodando de plato en plato entre la algarabía de todos ¿de todos? no, María estaba quieta, con los ojos muy abiertos, sin decir ni hacer nada, petrificada. Su primo lo gritó: le daban pánico las arañas, pero Ángel quiso hacer la gracia y se la echó encima de la camisa. La cara de María cambió, era horrible, comenzó a sudar, a ahogarse, se puso blanca... El primo la quitó de un manotazo y la arrojó al fuego. María volvió poco a poco en sí.