El pescador, un día más, lanzaba su caña sin resultado ninguno, llevaba ya mucho sin pescar algo que realmente valiera la pena. Y no sabía por qué, pero no se desesperaba a sabiendas de que la constancia es la mitad de la victoria. Esa mañana, un hombre se asomó al otro lado, aunque no cruzaba de orilla, conocía a todo el que estaba enfrente, pero éste ni le sonaba. Iba bien vestido, como de rico que sale al campo a pasear y abandona la Corte por un rato.
- Pescador, cruza la orilla, aquí hay peces -le dijo sin mover los labios siquiera. Pero él ni se inmutó- ¡Pescador! ¿no me oyes? si cruzas a mi lado pescarás todos los días, mi reino es fértil en la tierra y generoso en el agua ¡Ven!